lunes, 20 de junio de 2022

La Misión (sin imágenes, word)

 

Capítulo 2

 

El futuro no es mañana... Avanzamos en él, ahora, a cada segundo.

                                                                                AJTH

           

Imaginen la aeronave presidencial venezolana sobrevolando los mares del Caribe anochecido. Ese vuelo habría sido menor, o mayor, a un par horas –quizá tres– y, sin embargo, no todo parecía ser rápido ni quieto.

 

–¡No sé qué pasa a los instrumentos de vuelo! Pero, si nuestro radar está en lo correcto, esa formación –adelante– parece una gran tormenta y, es raro que no la hayan informado antes.

–Los pronósticos del tiempo, no siempre son exactos ni suceden cómo se dicen.

 

El presidente, fatigado por su flácido volumen, cochambroso entre alcohol y sobrepeso, se reclina montado en una de las amplias butacas, tratando de ver algo a través de la ventanilla, avistando sólo oscuridad, sin descubrir el destello de luces de las naves que escoltaban el vuelo. En lugar de ello, sólo advierte el enredo de nubes en desorden.

 

–¡Quiero más champán! –indicó aquel, a quienes le asistieren en cualquiera de sus vuelos.

–¡Señor! –insinuó uno– Ha bebido mucho y, con dificultad, puede mantenerse en pie.

–¿Qué te importa? ¡Hazme caso! –remilgó el tetón– O te quedas sin trabajo.

 

En otro extremo, el capitán de la nave –tomando el intercom de la cabina de vuelo– taxativamente, advierte a los suyos tomar previsiones para que los pasajeros, a bordo, se mantengan sentados y sosegados; a fin de soportar el embate de un temporal imprevisto.

 

–¡Damas y caballeros! –indicó uno de los sobrecargo- Sírvanse volver a sus asientos y, por favor, abróchense los cinturones. Estamos por sobrevolar un área con fuertes turbulencias, y recomendamos guardar la calma.

 

Aparentemente, conduciéndose así, no habría motivos de alarma; pero luego, todos resultaron aturdidos.

 

–¡Sólo por seguridad! –acotó una de las asistentes de vuelo, con cierta estridencia– Se les informa el instructivo de vuelo para que sepan usar chalecos salvavidas que están bajo sus asientos y, en caso de una descompensación de presurización, de inmediato, saldrán unas mascarillas de oxígeno, mismas que caerán frente a sus rostros, y las mismas servirán para mantener la normal respiración, pero eso sólo ocurre en caso de emergencia.

 

–¡Zas! Sólo falta que, justo ahora y para aterrorizarnos, salten esas mascarillas al rostro –dijo alguien, sarcásticamente, a su compañero de asientos.

 

Algunos de los viajeros se descubrieron, sorprendidos, mirándose cara a cara: Si hubiere más motivos de alarma –lo entendieron así– lo mejor, no sería callar, sino no haber subido a un avión con sobre peso.

 

–¿Cómo sabe uno si trajimos demasiadas cosas en las maletas? –preguntó una mujer al esposo.

–Eso se cuantifica cuando suben el equipaje, pero, como subimos por rampa 4… Sabe Dios si nos excedimos en demasía.

 

En cosa de minutos, las turbulencias comenzaron a sentirse y, por más que cualquiera haya querido comportarse, las palabras que se oían inquietaron a muchos, por el miedo.

 

–¿Qué vaina es ésta? –dijo alguien desde los aviones escolta– El reporte climatológico no anunciaba tormentas.

–¡Uy! –dijo su copiloto– Muchas perturbaciones.

 

            Aunque es inusual haya comunicación entre otras naves y la oficialidad (por motivos de seguridad radioeléctrica) los que iban a bordo de la nave nodriza, sí se comunicaron con las aeronaves escolta al oscurecer más y, cada una, por su parte, también, comenzó a sentir el impacto del sorpresivo temporal.

 

A cierta distancia de la línea de vuelo, podían verse algunos destellos con relámpagos y, quienes pilotaban un par de naves (por angustiosas experiencias pasadas) resultaron más agitados que quienes iban, desconsolados, luchando ante la impotencia de no poder acomodarse mejor en disciplinarias butacas.

 

–¡Verga! –dijo la “primera” dama– ¡Qué relumbrones!

–¡Aeromoza! –indicó alguno- ¡Quiero ir al baño! … ¡Me estoy mareando!

–¡Corrección! –chistó uno al otro– Se está cagando.

 

Flemática, acercándose la joven, extendió todo lo largo de su brazo para ofrecer una bolsa plástica, ignorando así lo que pudo haber oído del “chiste”.

 

–¡Lo siento, señor! –respondió la asistente- Están ahora ocupados. ¡Use esto!

 

Al resto del séquito presidencial, la chica les habló.

 

–Manténganse sentados, por favor. Cuando se desocupe algún baño, les informaré.

–¡Ja! ¡Ja! –volvió el de las bromas– Harán… sus necesidades.

 

Sin turno a la risa, muy cerca de aquellos, una niña le dijo.

 

–¡Deme una bolsa! Creo voy a vomitar –tratando de ocultar o tapar, su boca con pequeñas manos.

 

El bamboleo se intensificó por minutos. Si alguno ha visto películas simulando dificultades aéreas, ténganse en cuenta esas ideas o imágenes, porque los problemas iban en aumento.

 

–¡Señores pasajeros! Les habla el capitán de la nave y se les pide, de ahora en adelante, no salgan de sus asientos. Mantengan puestos los cinturones de seguridad. Entiendo que Uds. se incomoden por las fuertes turbulencias. ¡Son incontrolables!

 

Militares y civiles, en un rápido cruce de miradas, intentaron hablarse; pero algunos se abrazaron.

 

–Además –agregó, al cierre– no sabemos cuánto tiempo falte por franquear todo esto… Les ruego, por favor, sigan las instrucciones de mis asistentes, y hagan lo que la tripulación indique.

 

Entre los pasajeros habría algún número de personal diplomático, oficiales del alto mando venezolano y gente amistada con la familia presidencial, junto a representantes de otros gobiernos.

 

–¿Hay forma de salir de este curso, para evadir las turbulencias? –Preguntó Maduro, quien no acababa de salir de la frustración y sustos.

 

Un general de la fuerza aérea, se levantó de su butaca para ir hasta la cabina del piloto y, tan pronto se levantaba, un sacudón lo tiró sobre el asiento.

 

–¡Carajo! –dijo para sí– Mejor nos quedamos tranquilos.

–¿Tranquilos y cagados? –remilgó Maduro, alcoholizado– ¿Qué pasa en esta vaina?

–¡Presidente! –se oyó decir– Use el teléfono a la cabina –sugirió uno de los mucamos, asido a lo mejor que le sostuviera.

–¿Qué número he de marcar?

–¡Ninguno, Señor presidente! –observó un oficial en verde oliva– La comunicación aquí es directa.

 

Antes que Maduro pudiera lograr tomar la bocina de comunicación, colgada en el respaldo del asiento anterior, en la cabina de vuelo ya había algunos problemas.

 

–¡Capitán! ¡Capitán! Los controles e indicadores están vueltos un culo...

–¡Lo vi, mijo! –repuso éste– ¡Los he visto!

–Ninguno indica bien datos posicionales y, las agujas analógicas suben o bajan, como Ud. mismo ya habrá observado en su panel principal.

–¡Señor, Señor! El presidente quiere hablarle –reporté a mi superior.

–¿Qué vaina es esta? –remoló el capitán- De ninguna manera quiero soltar el timón, no sea que esta verga siga perdiendo altura, o nos frite uno de esos rayos.

–¡Jefe! –insistí– El presidente quiere hablarle…

–¡Para nada operador! –replicó aquel, haciendo un desdén con otro movimiento gesticular– Pásale la llamada a quien quieras, menos al copiloto. No hay tiempo para distracciones.

 

Al otro extremo de nuestra cabina, Maduro –vuelto mierda– quiso saber qué pasaba y, con toda torpeza y vocería, usando el intercom, lanzó ½ docena de preguntas, sin hallar respuestas… Pero –de algún modo– lo que había dicho entre sus allegados, alcanzó los audífonos del copiloto y, tal como lo esperaba, éste reaccionó.

 

–¡Señor presidente! –manifestó el copiloto, desobedeciendo al Capitán– Estamos MUY ocupados tratando de maniobrar la nave para evitar caer en pique. ¡Cuelgue ese aparato! Y mantengan la calma.

–¡Me desobedeciste, coño! –recriminó el capitán– Pero no sé si te metas en mayor peo con aquellos.

 

En efecto, tras inhabilitar el intercom, ya sabíamos que las otras naves escoltas, así mismo, también padecían el mismo embate sorpresivo del contratiempo y, en ningún modo, podíamos alterar las condiciones climatológicas que nos afectaban.

 

–¡Necesitamos un milagro!

–¡Quizá dos o tres, pero juntos!

–Caso contrario, esta vaina se va a caer –dijo el copiloto, desbocado su temor.

 

Eso se escapó de control y, ciertamente, ninguno quería caer y perecer.

 

            Por descuido o sabotaje (no de mi parte) entre movimientos rápidos, bamboleos y operaciones de cabina, una de nuestras conversaciones se escapó por el intercom, y fue oída por la multitud de pasajeros.

 

–¡Verga! –les referí– ¿No teníamos desactivado el intercomunicador? El led indicador, al momento, titila como “interconectado” y “trasmitiendo” …

–¡Apaga esa vaina! –me dijeron– ¡Desconéctala bien, coño!

–¡Yo lo había desconectado! –indicó el copiloto.

–Parecen cosas hechas a propósito, con intencionalidad–volví a especificar.

 

Con el monitor de TV de pasajeros, podía apreciar el movimiento de las personas frente a las cámaras… De inmediato, hubo alarma y confusión. La puerta de la cabina se abrió y, uno de los militares de la aviación nos dio aviso y el regaño de su interpelación.

 

–¿Qué están haciendo? –gritó, molesto– Lo que ustedes se dicen, se escucha afuera.

–¡Es otra falla técnica!

–Se corrigió…

–Quiten esos micrófonos de sus sucias bocas –espetó, pareciendo entender.

–¡Somos humanos, señor!

 

            En consecuencia, afuera, en otro extremo, las conversaciones eran emotivas y distintas.

 

–¡Soy demasiado joven para morir! –dijo alguien, quien manifestaba tener más de 60 años.

–¡Calma! ¡Tranquilidad! –se oyó decir– Estamos con pilotos experimentados, con muchas horas de vuelo. ¡Cálmense!

–¡Bah! Si eso fuera suficiente, ningún avión, jamás, habría caído.

–¡Tú siempre tan negativo! –replicó su mujer– Nunca debí venir contigo…

–¡Ajá! –remoló el consorte– ¿Hablabas de negatividad ahora?

–Por ningún motivo se les ocurra encender celulares en pleno vuelo bajo una tormenta eléctrica –refirió uno de los militares más calmos– Si no se les quema el aparato, quizá, achicharan algún objeto entre los compartimientos, o se explotan las baterías de los teléfonos frente a sus ojos.

 

            En otro lado del mundo, la invasión sobre Ucrania seguía su progreso, en la vieja Europa. China, en su lado sur-occidental, estaba pendiente recuperar la soberanía de la isla de Taiwán, del modo oportunista (como hizo en los ´50).

 

–¡No venga con eso! Nadie enciende un celular, para hablar, a estas alturas.

 

Similarmente, esa semana, el mundo tenía noticias tristes, lluvias y presentación de vendavales en diversos lugares del globo, así como cataclismos e inundaciones en Brasil o Asia.

 

Hubo un breve cruce de llamadas entre Pekín y Moscú. Ambas naciones monitoreaban la agitación europea de tropas y, de modo marginal, menos prioritario, sus satélites observaban la tormenta del mar Caribe y los desplazamientos en las aguas del Atlántico; aunque –desde luego– se concentraban mucho más en conflictos bélicos locales.

Ya no se puede hablar de la KGB o de las agencias chinas de espionaje, pues, no es un secreto que, los ojos del Gran Hno., hoy día, operan dentro del Facebook, en comentarios Tuiteros, y somos nosotros mismos los que llenamos y endosamos datos íntimos sobre las nubes que cada plataforma esté creando (sólo para facilitar las cosas a quiénes se dedican al espionaje digital).

En Vzla –muy pronto– cada venezolano se transformará en denunciante digital. Cuando uno mismo ingrese a la página de Patria.org, y diga que es pariente de fulano y de zutano –en otra actualización al censo nacional online- informando que cada uno de ellos vive aquí o allá, o indique que su cuota de vida –económica– se mantiene sólo con el aporte de remesas que envíen sus hijos e hijas “en el extranjero”, entonces, se autosabotearán, para dejar de vivir.

 

–No es muy claro lo que suceda en el Atlántico y el mar Caribe con esas descargas eléctricas observadas; sin embargo, notamos un desplazamiento de barcos y naves aéreas –informaron desde China– pero no vemos bien lo que allí, abajo, acontezca.

 

Los rusos, con sofisticada tecnología de espionaje (con sonar en aguas caribeñas) tenían palmario seguimiento del abanico de barcos americanos salidos de Pensacola, dispersos en varias direcciones; pero no dijeron nada suspicaz a los chinos; mientras, sólo se ocupaban –mucho más– en mantener predominio militar en Ucrania.

 

–Estamos al tanto del movimiento de la armada del tío Tom… Si tenemos alguna novedad, les informaremos. ¡Cambio y fuera!

–¡Agradecido, camaradas rusos!

 

Antes de la segunda guerra mundial, el ancho de banda radial, difícilmente alcanzaba 1 GHz. Hoy, según se ha visto, el espectro comunicacional puede ir hasta dónde se desee enviar un haz de luz láser –de la tierra a la luna– y más allá, según se decida apuntar. Lo modulable en ella, se codifica por mensajes cambiantes, se encriptan en bits, para hacerlos indescifrable a otros.

 Anteriormente, la banda ciudadana, estaba limitada al rango de los 27 MHz; no obstante, ahora, la tecnología celular –por ejemplo– suele usar hasta el ancho de banda de las microondas que, en este caso, van de los 800 MHz a los 950 MHz en telefonía y, para uso militar, ese rango ya no es limitante comunicacional, porque pueden usarse otras unidades de frecuencia más altas para enviar mensajes.

Además de satélites comunicacionales, de uso con voz y datos convencionales, también hay telescopios dispersos en el globo que, así como aquellas radio-estaciones en tierra, estos aparatos surcan el espacio buscando pormenores interestelares, transmitiendo impulsos codificados de luz no visible, mismos que se emplean para articular la operatividad de satélites, armar equipos para la guerra espacial y terrestre, o simplemente, para establecer un ancho puente comunicacional desde repetidoras menos potentes, instaladas en la tierra o la luna.

 

 

 

La movilización de tropas norteamericanas no había sido mucha, luego que Alemania revocara el permiso de construcción de otro oleoducto ruso sobre suelo germano. Pese a las sanciones económicas de la Organización de las Naciones Unidas, la OTAN ha endurecido sus filas con una significante presencia militar, misma que Rusia “parece ignorar” en su afán por anexionarse Ucrania, una vez más.

Luego de intensificarse la ciclónica perturbación eléctrica sobre aguas del Caribe, la aeronave presidencial venezolana, intermitentemente, comenzó a perder altura, y experimentó diversas fallas electromecánicas que, los dos tripulantes, ni podían explicar ni pudieron resolver.

 

–No comprendo cómo carajos –expresó el capitán a un colega– este evento meteorológico no fue anunciado por nadie, estando en tierra.

–¡Hay mucha interferencia, Capitán! Se le escucha entrecortado –indicó el comandante de la artillada flotilla escolta– y el mismo efecto se ausculta en los otros. No sería raro que, de un momento a otros, ya no podamos escucharnos; aunque cambiemos el canal de banda de frecuencias.

 

Esa misma súbita pérdida de altura amenazó a todas las naves por encima de los 3 mil metros. Indistintamente, por nerviosismo quizá, intentaban intercomunicarse unas naves con otras, sin tener mayor éxito y, para simplificar cosas, cada una se lanzó una rápida advertencia o desesperada llamada general de emergencia, tan pronto como cada capitán dio orden, valiéndose de sus radios y equipos.

 

–No sé qué tipo de perturbación atmosférica pueda cambiar el indicador de navegación o las horas de vuelo, pero todos los instrumentos están en desfase, desorientados, incluso la brújula del reloj digital, en mi brazo.

 

No preciso cuánto tiempo haya tomado –a cada uno– establecer alguna forma de contacto visual para hacerse ayudar, en caso de amarizaje. Cada supersónico Mig 15 chino, o los rápidos Mig 29 rusos experimentaron diversos problemas, así como cada uno estuvo ocupado en resolver lo suyo.

–¡Lo mejor es dispersarse!

–Reduzcan el riesgo de colisión con la distancia.

 

Sin brújulas ni radar, cada uno alternaba, tratando no chocar al orientarse, esa alborotada noche.

 

–Si cada uno se distancia en la ALTURA, no en el rumbo o dirección, quizá lleguemos juntos.

 

En algún lugar de la radio, tuve la impresión de oír la frase: “Padre nuestro…”, pero uno no puede descuidarse al seguir instrucciones, estando con peligros.

La noche sólo se iluminaba a fuerza de los fogonazos. A cada destello amenazante de relámpagos, no se sabía el curso de vuelo. 

 

May day! May day! This is an emergency, and we´re seeking someone who may help us. Copied?

 

            Inútilmente, insistí con vehemencia.

 

¡May day! ¡May day! Esto es una emergencia, buscamos quien pueda ayudarnos a orientarnos desde tierra. ¡Ayuda! ¡Ayuda!... ¿Me copian? ¡Cambio!

–¡Operador! Lo mejor es que reproduzcas y grabes lo que dices –indicó el capitán– así lo dejas operando en automático, y lo envías a todos los canales.

–¡Buena idea! –dije– Esta es la nave B-767 Venezuela, solicitamos alguien responda a esta señal de auxilio, cambio.

 

Ya había grabado y transmitido el mensaje en inglés y, de algún modo, me sentía totalmente frustrado… De repente, cuando estuve por abandonar, se oyó decir.

 

–This is Control Tower airplane B-767! … –expuso una mujer– Este es el Torre de Control, navío B-767.

 

El español de esta gente era tan malo como el inglés de Hugo Ché. Desorientados, como cada aeronave allí, creímos oír “buenas” noticias, tras penosas horas de vuelo… Pero ¿qué podrían hacer si nos desplomábamos en la nada?

 

–You´re violating the safety of our space… Back off now! –se oyó otra voz, varonil, pero chillona– Otherwise, you’ll be hammered down.

 

Tras algunos segundos de insostenible aturdimiento o espasmo, la Torre de Control halló un mejor interlocutor, con acento mejicano.

 

–Nave B-767. Retire su flotilla de aviones escolta, o serán inmediatamente derribados.

–¡Torre de Control! –repetí– ¡Torre de Control! Aquí nave B-767 en situación de peligro inminente. Perdimos control de alerones de mando y, similar situación de emergencia se presenta en aeronaves escolta que nos acompañan... Respetuosamente –hice una pausa– solicitamos permiso de aterrizaje de emergencia. Igualmente, requerimos su ayuda para culminar las maniobras. Estamos desorientados y sin visibilidad… ¿Escuchan Torre de Control?... ¡Urgente! ¡Cambio!

 

           

 

El fuselaje y los cristales frontales del birreactor Boeing B-767 estaban congelados por una suerte de granizada que heló la visión en la cabina de mando.

El panel de control principal, los indicadores de luz frente al capitán y el copiloto, señalaban distintas averías, mientras –intermitentemente– todas esas luces titilaban como semáforos desprogramados.

 

–¡Tenemos pérdida de fluidos! Por esa razón, no podemos maniobrar los alerones de vuelo… Debe haberse roto algún servomecanismo eléctrico, o un tubo de aceite.

–¡Carajo! –dijo el copiloto, a modo de chiste– Si pudiéramos parar y abrir “el capó” en algún sitio cercano. Así podríamos revisar qué produce tantas fallas.

–¿Qué habrá producido ese corto o la sobrecarga?

Boeing B-767 –se nos dijo– Sólo usted tiene permiso de aterrizaje de emergencia, pero el resto de las naves, dispersas, deben retirarse.

 

¿La muerte puede negociarse? ¡Este “sí”! ¿Aquel “no”?

 

El capitán del Boeing tomó el control de la radio para insistir, él mismo, a favor de la petición de aterrizar, junto a toda la flotilla que cortejaba su vuelo.

 

–Control Tower! Control Tower! Come in please... Do you copy?

–Yes! Yes! This is Control Tower.

–I’ d like to thank you for the kindness, and help, you would grant us to find out our bearings in a troubled time… [Me gustaría agradecer la amabilidad, y ayuda, ¿Podrían ayudarnos a encontrar nuestra posición en un tiempo de problemas?]

–Whom am I talking, B-767? –estorbó alguien, interrumpiendo al Capitán, desde el otro lado. [¿A quién le estoy hablando, B-767?]

–That was a man driving his car… –se oyó decir al copiloto. [Ese era un hombre conduciendo su auto]– Pero nadie quiso reír ni conferir la broma.

 

¡B-767!  …Mejor no hable inglés; para que nos entendamos todos –dijo el jefe de la cuadrilla de aviones escolta.

 

Luego de unos segundos en silencio, reducidas las perturbaciones mecánicas o lo abrupto de la de la tormenta, tuve la impresión de perderme algo bueno.

 

–Habla el Capitán Víctor Trueno Mora. Permítaseme insistir en que ayuden las otras aves, pues, todas ellas deben estar en malas condiciones operativas.

–¡Copiado dice la Torre de Control, B-767! ¡No tenemos más espacio! ¿Roger? Y, en cosa de minutos, ustedes deben detectar nuestras naves en vuelo… ¡Repito! Los Migs deben retirarse del espacio aéreo que han violado y, si se considera necesario, los capitanes de nuestras naves tratarán de hacer contacto con los suyos –pero por otro canal– en otra banda de frecuencia… ¡Confirme copiado, nave B-767!

 

No habrían pasado unos segundos cuando un cúmulo de otras vertiginosas naves llegaron, según la errática lectura del radar. No las podíamos ver, pero, también driblaron arriba del fuselaje, y se sentían en vuelo rasante.

 

No sé si ellas nos lanzaron algún líquido caliente o un gas quemador sobre la atmósfera, destinado hacia el fuselaje; pero –por las ventanillas– comenzamos a recuperar la visión perdida, aunque –no así- la necesaria autonomía de vuelo.

 

Entre las naves artilladas alcancé oír un reporte de progresos.

 

–¡Vamos recuperando la visión! –comandante – Esto ya no será un vuelo a ciegas.

–¿Cuánto combustible nos queda, copiloto?

–¡Ni idea! –respondieron.

 

Aquellos F-16 americanos eran vertiginosos, y los F-86 descomunales.

 

–¡Retírense del espacio aéreo violado! –Se volvió a decir, de forma poco amistosa.

–¡Torre de Control!... Aquí el comandante de la escolta de los Migs… ¡Ni siquiera sabemos dónde estamos! Algo vemos, pero no tenemos instrumental operativo y, es apenas ahora que podemos ver alguna luz.

 

Descripción: C:\Users\AJTH\Desktop\Screenshot_3.bmp Descripción: C:\Users\AJTH\Desktop\Screenshot_2.bmp

 

–¡Copiado, comandante escolta de los Migs!

 

Hubo otra pausa, y se les dio nuevas indicaciones.

 

–¡Aquí Torre de Control! En unos minutos, se encenderá un rayo láser, verde, que les indicará una línea recta por la que deben salir para retirarse de nuestro espacio aéreo violado. ¿Roger?

–Entendido, Torre de Control.

¡Coño ´e la madre! Estos gringos no nos entienden –dijo uno de los copilotos.

 

Desagradaba eso de oír “nuestro espacio aéreo violado” … ¿Quién quiere caer, en pedazos, sobre el techo del vecino?

 

Numéricamente, estábamos en desventaja frente a los F-16 y los F-86.

De forma operativa, éramos críos muertos.

De otro lado…

 

–¿Qué ruido y estremecimiento es este? –se preguntaron algunos pasajeros.

–Ya no vamos a pique, pero no todo está bien.

 

Si tuviéramos que responder –de forma armada– dudo pudiéramos devolver una sola bala: ¡Éramos blanco fácil! (Y estábamos desguarnecidos). Además, ese Boing no estaba hecho para fines militares.

 

¡May day! ¡May day! Este es el avión Boeing B-767… Tenemos averías de fluidos y perdimos el control de los comandos… ¿Alguien puede ayudarnos?

 

Por alguna razón, tuve la incómoda sensación de que íbamos a ser atacados…

 

–Aquí Torre de Control a capitán Trueno Mora… ¡Repito Boeing B-767! Tiene permiso de aterrizaje, pero debe hacer retirar las naves rusas y chinas de este territorio… Han invadido la zona de identificación de nuestra defensa aérea... ¡Obedezcan Mora! O atacaremos.

 

El Boeing B-767, en principio, tenía plan de vuelo directo a tocar suelo nicaragüense, pero, el presidente y el capricho de su pandilla, cambiaron el rumbo hacia la isla de Cuba, sólo para dejar ciertas cosas “doradas” en las bóvedas de cuestionables bancos… Pero no se ayuda a una nave, para luego derribarla.

 

–Debemos estar cercanos al triángulo de las Bermudas –refirió el capitán Mora– o por algún lugar próximo a las Bahamas.

¡Coño ´e la madre! –dijo el copiloto– Comienza el amanecer, pero este peo se prolonga justo ahora.

–¡Ánimos! –les dije– El piloto de esa nave, a nuestro lado, nos hace señas para bajar.

 

Descripción: C:\Users\AJTH\Desktop\Screenshot_1.bmp

 

En otro puesto, Maduro –desde su butaca– volvió a insistir en querer conversar con el capitán Mora.

 

–¿Conecto el intercom?

–¡Dale! –se me dijo– No sé cómo no cayó por la borda; pero ponlo en altavoz.

 

Tratamos de reír, pero la cámara –sobre la tripulación– nos mostraba la ansiedad del panorama de los pasajeros.  

 

–¿Qué carajos está pasando, Capitán? –dijo Maduro– Veo naves gringas sobrevolar la nuestra y, la verdad, me están molestando esas señas.

–¡Disculpe, Señor Presiente! En este momento tengo problemas técnicos más importantes a resolver… Hable con cualquiera de los oficiales, o que alguno de ellos se acerque hasta la cabina, para que vea o me ayude.

–¡Yo soy el presidente! –espetó el bravucón, furioso y en alta voz.

–Yo soy el capitán de la aeronave. ¡Además! (y sin gritar) Si estamos en aguas internacionales –en seria emergencia– no creo Ud. tenga más espacio para melindres.

 

El altavoz, activado desde la cabina, permitió a todos escuchar lo que se decía.

 

–¡Estás relevado del cargo! ¡Guapetón Trueno Mora!

–¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! –radiante, gesticuló Mora, quitándose los broches del cinturón- ¿Quién va a volar este camastrón, si me lanzo en paracaídas?

 

Al instante, una fuerte turbulencia comprometió el vuelo de toda la nave y, en tanto que algún otro viniese por “reemplazo” de Mora, la Torre de Control giró instrucciones.

 

–¡Capitán Mora! ¡Aquí Torre de Control! ¿Roger?

–¡Afirmativo, Torre de Control! Pero Mora acaba de ser relevado del mando de la nave…

–¿Qué diablos pasa allí, Boeing B-767?

 

Al momento, un general de aviación se hizo espacio en la cabina para sentarse y hacer el relevo.

 

–¡Nada, señor! –mintió el General– El capitán está indispuesto… Y, ahora tomo su mando.

–¡Copiado, oficial en vuelo! Ponga la nave en función operativa, activando el comando del control de piloto automático… ¿Roger?

–¡Positivo, Torre de…! ¿Control Automático?

–¡Haga lo que les pide! –vociferó la Torre– Caerán o serán derribados.

 

            El copiloto, con un movimiento de su largo índice, indicó al general donde hallaría el lugar donde se encontraba el piloto automático.

            Luego, tratando auto justificarse, el General –mirándonos a cada uno, alternativamente– nos dijo.

 

–He sido piloto de combates… No es lo mismo subirse a una pesada gandola alada.

 

            ¡Glup!

 

Simulamos una sonrisa amable, pero no estábamos seguros con un extraño que asumiría decisiones, sin la experticia de Mora.

 

–¡Bien! –dijo al micrófono– Procedo para activar el “piloto automático”.

–¡No me jodan! –interpuso el copiloto– Da lo mismo tener a cualquiera en el timón, si vamos a ser abaleados con aviones de guerra; porque no podríamos maniobrar la nave sin mover cada alerón.

 

El avión seguía su discontinuo bamboleo.

 

–¡Listo! –dijo el General, informando a Torre de Control– Piloto automático activado.

–¿Cómo harán, estos gringos, para controlar la nave averiada? –me pregunté– Si nosotros mismos no pudimos.

–¡Gracias! –indicó Torre de Control– Tenemos la tecnología necesaria… Tomen asiento y ajústense el cinturón. ¿Lo anuncian ustedes, o lo decimos nosotros, por el altavoz?

 

¿Qué? Dije para mí… ¿Todo este tiempo ellos escuchaban lo que en cabina se decía?

 

Afuera, en el otro lado, detrás de la cabina de vuelo. No sólo escucharon un mensaje de la Torre de Control, sino la desagradable voz de un tirano.

 

–¡Llévense a Trueno Mora detenido! –indicó otro oficial, enviado por Nicolás.

 

Consignando a Mora, el militar marchó a la cabina, intentando ver, dirigir o admitir lo que allí pasase.

 

–¡Mi General! ¿Cómo le va en vuelo? –preguntó.

–¡Mayor!... No tengo suficiente experiencia en este tipo de naves civiles. ¿Sabes pilotar bien estas naves?

–¡Es posible! –respondió, esperando instrucción.

–¡General! –me interpuse y dije– ¿Quiere exponer la vida de todos? Lo mejor es que volviese Trueno Mora… ¿Puede intentar convencer al presidente?

–¡No expongo a nadie! –replicó– Vamos en piloto automático, operador... Si quiere estar con Trueno, el Mayor puede relevarlo de su puesto.

–¡Haremos lo que se diga! –dijo el copiloto, a mi favor– Aunque ya esta nave la estén operando desde la Torre de Control.

–¿Qué? –acotó el advenedizo Mayor, boquiabierto.

–¡Da lo mismo! –interpuso el General– No teníamos control de vuelo y, desde que ellos controlan la nave, dejamos de perder altura frente a las turbulencias.

 

A través de las ventanillas pudo verse el láser verde y el alejamiento de un grupo aviones de la flotilla de naves escolta. Ignoro qué cosas se dijeron cuando la Torre de Control les instó a retirarse del espacio aéreo que, supuestamente, habíamos invadido, pues, tan pronto como recuperamos la calma y la visibilidad, sólo logramos ver mar, agua, y una distante costa iluminada.

 

–Se hará lo que usted disponga, General–dije.

 

El instrumental de vuelo seguía loco e intermitente, de modo que ni las manecillas de un reloj servían para dar la hora.

 

–No creo que los F-86 hayan lanzado calor sobre la cubierta de aquellos aviones para que recobrasen visibilidad –expresó para sí el copiloto– ni tampoco entiendo cómo ellos, con este clima, sí tienen autonomía de vuelo.

–Tampoco sabemos si alguno cayó muerto al suelo ni a qué lugar vamos –señalé– pero me da gusto no haber caído del todo.

 

En alguna parte del corto periplo, tuvimos dificultades y, la asistencia de la Torre de Control la tuvimos en duda, sobre todo cuando las fallas en los alerones parecieron dejarnos caer en un aterrizaje que pudo ser menos sucedido, complicado, bajo circunstancias que no tuvimos, cuando una de las ruedas del tren de aterrizaje explotó, y la llegada colisionada dañó parte del fuselaje.

 

 

Al llegar –más bien caer– hubo bastante movimiento de autos, ambulancias y carromatos de bomberos, pero –por fortuna– no hubo daños como para causar un incendio o con pérdidas irreparables.

 

–¿Qué carajo? –dije para mí, menos aturdido– Esta es la bienvenida, después de los sustos en el aire.

 

–¿En dónde estamos? –inquirió el Mayor, volviéndose a preguntar a la cabina de mando.

 

A través del cristal, frente a nosotros, podía verse mover el personal humano, que nos abordaría.

 

–¿Girará más instrucciones, luego de este singular aterrizaje? –preguntó el copiloto.

 

El Mayor, confundido quizá, seguía haciéndose la misma pregunta.

 

–Estás donde ya no podrás hacer lo que antes hacías, desgraciado… ¿No has visto las banderas desplegadas? –contesté, sintiéndome mejor.

 

Abajo, antes del abordaje, se oyó decir.

 

–¡Busquen los heridos! –comentó un joven oficial– Súbanlos a cada ambulancia y, detengan y desarmen a toda esa gente.

 

Varios camiones del SWAT militar aparecieron apostados a los cuarto flancos de la nave y, aunque para nada nos bajaron con armas, nos apuntaron a todos como si fuéramos forajidos amotinados.

 

–Put them up! –decían– Don´t move! [Levántenlas. No se muevan]

 

Asustados y bien coñaceados, ¿quién querría oponer resistencia?

 

¡Ah! Solamente el empequeñecido cucuteño –gerrymander– que compró los votos de Mayo 2018.

 

–¡Esto es un abuso! –braceó Nicolás, forcejeando, oponiéndose al traslado táctico de los heridos– Uds. no tienen derecho sobre mí. –les dijo.

 

 

–¿Tú si los tienes sobre los demás, Hijo é Puta?... ¡Tápenle la boca con adhesivo! – indicó un líder del squad de la Marina– Aquí el marxismo no manda.

 

 

En cada país que un referendo haya aprobado la perversa reelección indefinida –como en Bielorrusia, Nicaragua o Venezuela– la gente cedió su autoridad, todo recurso a practicar la soberanía, así como el derecho a replicar en libertad; sólo para hacerse esclavos de la maligna política comunista.

 

 

¡Aquello era un mover indescriptible! Vehículos, humo, personal militar y helicópteros, que se movían como moscas y soldados… Pero hubo pocos disparos y, los heridos, fueron atendidos in situ...

 

 

Luego de la prolongada zozobra del sucedido vuelo, el ese bajón –que no fue en caída libre– terminó en frustrante agotamiento y detención: Al final, en lugar de un necesitado rescate, tocó ver cómo se atrapan las aves de mal agüero.

 

¡Sí! La conmoción inicial fue general… Y, no pudiendo hacer nada, sólo hicimos lo que se nos ordenó hacer.

 

 

Ciertamente, todavía no logro entender cómo la nave no fue guiada convenientemente en medio de las turbulencias hasta esa pista... En lugar de volar o planear, sólo caímos; no sé hasta qué punto aquello fue un descenso “controlado”.

 

 

Con menos rudeza, los pocos niños que estuvieron a bordo fueron separados del grupo de sus padres; posiblemente para ser cuidados, investigados o para sacarles información útil. Aquellos que no tuvieron heridas de consideración, fueron llevados a otro lugar para ser identificados, durante el interrogatorio de rigor… Sin embargo, me atrevo a decir, la caída de esa nave significó el debilitamiento y la fractura de todo el poder de la izquierda y de la derecha venezolana.

 

En principio, hubiera querido tener ojos fuera de la cabina. Encerrado en el fuselaje uno no puede tener idea completa de las cosas que sucedieron —antes–en cada despacho de oficina, en cada comunicación o en las mentes de cada sujeto…  Pero, ciertamente, aquello no era un aeropuerto civil y, la normalidad, no era la serenidad de lo que uno considera normal, como pasa en un aeródromo civil.

 

 

–¡Dime tu nombre, y quién te subió al avión que rescatamos?

–¿Fue eso un rescate armado?

 

Nada más lejos de la verdad... Allí no se hizo un rescate, sino un secuestro militarizado.

 

–Responde a la pregunta…

–¡Soy María Villegas! Sobrina de Vladimir Villegas… ¿Dónde ha ido mi tío?

 

            En otro lado, de dónde apenas logré salir ileso, acontecían otras cosas.

 

–Recojan todo el equipaje y traten de saber –usando a los niños– de quiénes son las maletas… Los niños soltarán indicios y luego, sus padres, confesarán culpas: Han traído oro, drogas y demasiado dinero.

 

¿Qué iba a saber yo lo que esa gente metió en sus maletas? Supuse lo del sobrepeso, pero, al parecer, nadie llevó valija diplomática que no llevase ilícitos.

 

–¿Quién te montó en el avión?

–Soy Alejandro Vivas y, mi papá, dueño del supermercado Viva, fue quien me llevó hasta el avión.

–¡Viva!... Hijo del dueño de otro blanqueador de dinero del narcotráfico.

 

Luego de cada supuesto avance político (o revolución “popular” “socialista”) en varios países árabes, musulmanes o africanos, en casi todos ellos, se cambiaron las capacidades políticas –se modificaron las constituciones de la vida orgánica de los ciudadanos– sólo a fin de dar paso a leyes que disminuyan los poderes electorales de la ciudadanía, a fin de que ésta, ingenuamente, permitiera la reelección indefinida (ellos hablan de democracias, pero el efecto es reelegir siempre la misma hegemonía partidista, los mismos políticos, ineptos, revueltos con inicuos).

 

Libia, Irán, Siria, etc., todas ellas, permiten que sus gobernantes manipulen la voluntad electoral de la población, así como también, allá, engañan a cada máquina contabilizada en los votos electorales. ¿Cómo ha ganado el sandinista Daniel Ortega 5 veces en Nicaragua? Si allá no hubiera oposición a la “felicidad” del nepotismo de izquierdas, Violeta Chamorro no sería presa política…

 

En una plaza apartada, poco concurrida –tiempo antes de la guerra de los 4 ejércitos– hubo un encuentro casual que terminó dejando salir algunas opiniones que jamás se habían dicho, respecto a la naturaleza que hoy caracteriza al venezolano del 2022.

 

–Tardé mucho para comprenderlo. –dijo la agraciada moza – De niña, una no logra advertir el todo de esas cosas que posiblemente nos gustan. Al comer, por ejemplo, una puede remilgar y decir no querer un trozo de cebolla, ají o tomate. Con melindres pueriles, una puede rechazar un plato de avena, de granos; pero cuando se llega a la adultez –o luego a la vejez– la abyecta necesidad, la carencia de muchas cosas en la pobreza, en la debilidad del indigente o la enfermedad crónica… Ya nada resulta totalmente inaceptable o indeseable. Yo, sin entender o saber, terminé viviendo a orillas del Guaire y, por la persona con quien estaba emocionalmente comprometida, terminé en la más pobre miseria, misma de la que creí no poder salir, mientas anduve con alguien que pensaba me daba amor. ¿Sabes qué es bañarse en el Guaire o tomar agua de allí? ¡La droga me mataba! Y la seguía consumiendo… De no haber sido por mi familia (la que salió a buscarme y a rescatarme) hoy estaría toda sola o muerta.

 

            La chica no aparentaba tener daño físico o mental y, para no tener a nadie a quien atender, ese instante (que supuse se desvanecería como otros buenos momentos) el estar allí me permitió compartir mi comida con quien me comunicaba su alma (y sin compromiso). Esas bonitas manos devoraron, con gusto, los trozos del mango que ofrecí al trozarlos para que comiéramos. Luego, buscando llenar espacios, ingerimos cambur y, si hubiera tenido algo más de dinero, mejor la habría llevado a un restaurant cercano para que almorzara a mayor gusto… La verdad, si pudiera confesarla, mucho me hubiera gustado haber conservado la exclusiva lealtad de esa muchacha, sólo para mí (aún sin saber cuál era la magnitud de su daño).

 

–No sé qué pudo ser peor en tu vida, chica: 1) Si el haberte humillado a subsistir (indefinidamente) en condición de calle, 2) Quedarte a meter la mano en la basura para comer algo o 3) Dormir en bancas en cualquier lugar, pero… ¿Qué puede ser más infame que “convivir” en medio de gente indeseable y tunante? No hablo de intentar simpatizar con extraños ni de entenderse con bribones, sino del absurdo general de tener que permanecer en un lugar (contrario a nuestra buena voluntad). Una cosa es tener que estudiar con personas con quienes jamás se podrá coexistir, pero otra es permanecer en lugares –sin simpatizar– con seres en que no haya espacio para el respeto o la apreciación; porque –ellos– siempre te desprestigian, si tú misma no te quieres.

–¡Lo admito! –interpuso ella, limpiándose los dedos de las bonitas manos– Pero, muchas veces, uno mismo es quien se desvaloriza y degrada… En esta vida: ¡No sólo te sabotean otros!

–Digamos que, por el deliberado empeño de coexistir en “armonía” (buscando tranquilidad personal) y por el voluminoso peso de la carga de maletas emocionales que todos llevamos a cuestas, cada uno pueda intentar “compenetrarse” con gente desagradable que siempre manifiesta no entender la multitud de sus atropellos, por su obstinada determinación a seguir haciendo las cosas mal. Digamos que no solamente por conveniente cortesía “social” (hipócrita) uno incurre en tolerar lo intolerable… De mi parte –no lo puedo ocultar– me disgusta ese tipo de gente que se lanza sobre el espacio de tu caminar, sin el menor reparo, sin atención ni respeto, invadiendo tu derecho de paso frente a una acera o semáforo, que indica tu turno de avance.

 

A modo de burla, hizo una pregunta retórica, que dejé sin advertir por sólo pensar en ese instante introspectivo.

 

–¿Estás hablando de lo que se ve en muchas calles o el Metro de Caracas? –me dijo.

–Es desagradable ese tipo de gente que jamás se disculpa cuando vas caminando por tu derecha y, ellas o ellos, se abalanzan –sacándote de tu carril– para no dejarte pasar o para que el narcisismo de ellas o ellos siempre llegue primero…

 

Cuando advertí su chiste, algo tarde, le dije:

 

–¡Ah! –indiqué– Tienes otro sentido de humor.

–¡Claro! –repuso sonriente– No podemos ser, en todo, iguales.

–¿Nunca te expusieron a que caminaras en la vía contrasentido, dándole la espalda a esos autos rasantes que casi arrollan, cuando pasan muy cerca? Hay una normativa de circulación vehicular y peatonal, pero en Venezuela impera el determinismo del ignorante, la intransigencia de quienes descuentan y nada aportan… ¿Quedaste bien, con lo que comiste?

–¡Sí! Hubo días en los que no comí nada y, gracias a mi familia, ahora como bien.

–¡Bien! –interpuse, dispuesto– Me gustaría ser esa familia, también.

 

No era un flirteo descarado, no podría serlo y, luego de verla sonreír, halagada, decidí comentar lo que no suelo declarar, por mucho.

 

–Me gusta el encanto de las mujeres y, muchísimas de ellas tienen un cuerpo que provoca quedarse a admirar –lamer– o conservar a mi lado, pero –en ese torpe narcisismo egocéntrico y coño é madre venezolano– algunas de ellas sólo piensan en la irrenunciabilidad de sus derechos inalienables (como si todas ellas fueran mercadería de reinas del Miss Universo). Muchas, con el tongoneo de su pedantería o violencia verbal, se lanzan a la calle o arriba de las sillas del Metro, ocupando con sus traseros el puesto de dos espacios, siempre pensando abordar y llegar primero que la vejación de la lentitud de minusválidos, niños o ancianas… ¿Entiendes de qué cosas te comento?

 

Miré a sus ojos, y percibí que no sólo escuchaba, sino que entendía mi reclamo.

 

–Lo mismo sucede en cualquier parte… En caso vayan manejando un vehículo –al igual que muchos hijos de puta en las calles de Petare– ellas o ellos aceleran para que nadie se exponga al riesgo de cruzar el rayado. Pisan el acelerador, para que uno se detenga, hasta que ellas o ellos hayan aventajado a todo el que pensare marchar más rápido, al cambio de la luz amarilla de los semáforos… Si hubiera una guerra, ¿crees tengo ganas de luchar por gente así?

–En Petare, el alcalde (hijo de José Vicente Rangel) hizo pintar (con material de baja calidad, que se desvanecerá en pocos meses) los rayados peatonales alrededor de la plaza del Cristo ¿De qué sirve ese rayado, si constantemente te asedian los automotores? De nada sirven policías vociferando instrucciones con megáfonos, puesto que ellos no penalizan, con multas, a cualquiera que agreda o pisotee a un peatón cruzando cada calle.

–Mientras alguno habla en megáfonos, otros, sólo revisan sus teléfonos.

–Si cada ciudadano estuviera autorizado para supervisarlos, ese trabajo preventivo sería distinto.

 

Aunque aquello no era una sesión de terapia de grupo, este par se atrevió a verbalizar lo que todo observador conoce, pero no se atreve a publicar o admitir, dado que, masivamente, se resiente la desarticulación de leyes que no se aplican para cumplir.

 

–¡Coños de madres! Detesto ver cada motorizado que, en su constante intimidación gesticular o vociferada, se adelanta al rayado y, amenazadores, aceleran las motocicletas para quitar el derecho de paso a cada peatón.

–Para colmo también –dio ella– suelo ver policías o GNBs conduciendo vehículos motorizados que, en lugar de detenerlos para ceder el derecho de paso peatonal –porque sólo tienen uniforme para abusar e intimidar– éstos solamente prefieren acelerar.

 

¿De qué modo, cada ciudadano, puede evitar y denunciar este tipo de arbitrariedad?

 

–En algunos casos, sólo cornetean y avanzan con sus motos o autos.

¡Maldita gente así! –increpé– He visto más de ½ docena de accidentes y heridos por esas causas… Si hubiera una guerra hoy o si hubiera un peligro inminente frente a esas personas, en ningún modo expondría mi vida (ni la comodidad de mi asiento) por personas así.

–En una guerra o frente a una amenaza –repreguntó la chica– ¿no harías nada en favor de ellos/ellas?

–¡Nada! – ratifiqué, con animadversión– Excepto procurar que ese tipo de gente muera…

–¡Caramba! –observó la joven– Pareces más resentido que yo.

–Pasé 26 años de mi vida esperando un milagro de alcance mundial y, a medida que envejezco, veo que nadie está dispuesto a considerar el esfuerzo de cambiar las cosas (para bien colectivo).

–A ver si entiendo –la mujer se acomodó en la banca, poniendo más atención- ¿Qué urdías esos 26 años para producir un cambio?

–Predicaba el evangelio como doctrina de cambio... No solamente fracasé, sino que dejé de creer esa falsedad y, ahora, repruebo a la cristiandad.

–¡Uy! –gesticuló un retroceso y añadió- Quizá, opino yo, lo malo haya sido dejar de creer. ¿Te parece? Tal vez –no lo sé- el mal venezolano, o mundial, sea no creer en nada, y soltarse lejos de los beneficios de la fe.

–La teoría comunicacional insiste en afirmar que redundar es necesario para que la gente capte cualquier mensaje (como lo hacen publicistas o políticos, para moverte a creer lo que ellos quieran) … En 2 mil años, fíjate bien, la cristiandad ha redundado con un mismo mensaje dicho con “argumentos” y presentaciones diferentes (envase católico y enfrascado protestante) pero –como desventaja o contraparte- la “deidad” que el cristianismo proclama se ha mantenido en silencio divergentemente (si es que realmente existe). La “fe”, sea la que sea, no ha producido un cambio social permanente ni masivo y, por el contrario, 600 años más tarde, ese vacío dio paso a Mahoma y al islam. Si la fe –cualquiera de tantas– trajera conocimientos plenos ¿por qué seguir buscando otra verdad afuera?

–En un rato me tendré que ir, y sé que no llegaremos a un acuerdo en estas cosas… Pero, aunque tampoco guerrear o matar haya servido para producir un cambio del alma que disminuya nuestras transgresiones, pienso que la fe sí es necesaria.

–¡Sí! La fe se necesita, pero debe ser la convicción de una verdad palpable, que interactúe con el que crea y no la crea, de lo contrario, no es una verdad viva. Por eso, guerrear o matar –quizá- sea el camino para eliminar males que no se someten al respeto de otras vidas.

–¿Crees que la muerte sea el camino del cambio?

–No sé si llegue a decirlo bien y sonará feo, hasta para mí mismo: Si alguien no es capaz de vivir respetando simples normas sociales, jamás respetará otras vidas, sino lo que él o ella haya puesto por encima de sí (en muchos casos, ensimismados, el narcisismo nos ocupa más en lo que pensemos de nosotros prioritariamente y no a favor del “semejante”). Cortarle la mano a cualquiera, sólo es escarmiento para el que sea mutilado, pero, cortarle la vida al transgresor impenitente, sólo dejará espacio al que ocupará otra vida para no convivir estérilmente.

–Entiendo que, cohabitar entre indeseables no es deseable, pero, lo que resientes (como cualquiera resienta) ¿Estaría llevando a muchos a la muerte porque o sean de tu agrado?

–¡No soy Dios! Sin embargo, esa misma inferencia moral, en verdad, aplica a las abortistas y a quienes aprueben y produzcan abortos ¿Estarán ellas en lo cierto?

–¡Gracias por haber compartido tu comida conmigo! –admitió antes de levantarse de aquel asiento– Ya estoy por irme... Es posible mi familia me extrañe.

–¡Te extrañaré, yo, también! Es una lástima no concordar en otras cosas… Sin embargo, ¡Te estoy agradecido! Me diste buena parte de tu tiempo, y estoy contento por haber compartido prejuicios y opiniones del alma.

 

Simulé tener otras cosas pendientes, como intentando ocultar el descontento del desplante, como cuando alguien se marchaba, y no deja un número telefónico, algún sitio de la red, para mantenerse “en contacto” … Y, cuando pretendí seguir por un camino contrario, alguien se interpuso en mi camino, para abordarme.

 

–¿Te gustan las carajitas?

–¿A quién no? –dije, intentando salirle al paso, algo tarde.

–¡Estuve observándoles! –y añadió– Oyéndoles un buen rato.

–¿Qué opinión favorable tendría una fisgona entrometida? (Si es que llegó a oír algo de lo conversado).

–¿Favorable respecto a qué?

 

            ¡Bah! –secretamente me dije– Incómoda desconocida e inoportuna advenediza.

 

–En ese caso – expresé – no veo sentido a tu desconcertante abordaje… Haces una pregunta y, luego, me sales con otra.

–Ese odio que llevas encima… ¿Cuánto tiempo estará reprimido? ¡No me respondas! –interpuso, añadiendo– Cuando comprendas que hay buenas posibilidades de canalizar todo eso que sientes, por favor, llama a este número.

 

            La extraña extendió su mano, tosca, sin aviso, con una cosa de papel… Y, antes que volviera a sorprenderme con otro movimiento en retirada –la atrapé y la cogí – tan pronto sospeché no habría riesgos de recibir una papeleta impopular o extraña.

 

–¡Eres desconfiado, viejo verde! –reparó, mirándome de arriba y abajo.

–Eres oportunista –espeté, contraatacando– ¿me equivoco?

–¡Siempre! –díjome, gesticulando con sus labios, el puchero de una mofa reservada.

–¿Siempre qué? –fingí no entender.

–Siempre te equivocas. –aseveró, alistándose.

–De ser así, –inquirí, sin esperar respuesta– ¿por qué me entregaste la tarjeta de presentación?

–Para que te equivoques, pero en otra dirección que te favorezca.

 

Cuando quise responder al rebusque impertinente de los gestos de su boca, ya había un par de metros cifrados de presuroso alejamiento.

 

–¿Me observabas, y ahora corres? –dije, creyendo detenerla.

–¡Quizá! –aludió – Pero sería más inteligente me siguieras tú… ¿Tienes todas las respuestas?

–¡Claro que no! –intenté acercarme, y comenzó a trotar.

–¡No te escucho ahora! –dijo, casi en fuga.

–Pero yo sí te oí lo de “viejo verde” … Prefiero serlo, por gerontofóbico.

 

En el recorrido, se advertía una oportunidad de averiguar qué cosas esta hembra podría “aportar”, en lugar de “quitar” … Me esmeré en dejar de lado, mentalmente, a la chica que encontré antes… ¿Cómo es que no recuerdo sus nombres?

Aquella, más joven, conoció la indigencia, de forma miserable (por alcanzar el sueño de ser amada, pero en una relación con un drogadicto). Esta otra dama, intrigante como atlética (cuyo nombre resguardo) preferí soportarla para indagar qué habría detrás de una extraña hembra que, al menos, tenía tarjeta de presentación y vestimenta deportiva bien ceñida al nutrido pecho...

 

Quedándome en ascuas, aceleré el trote, pensando poder alcanzar, rápidamente, a quien me abordó y luego me dejó de forma inusual; pero tuve la sensación de que no se dejaría alcanzar fácilmente.

 

–¡Ajá, dime! –preguntó solícita– ¿Tenías que tratar de auto justificarte? –a mi lado, lanzó una mirada de reconocimiento, girando el rostro, casi sonriente– Sin embargo, no estás en tan pésima condición deportiva … ¡Tardas mucho para moverte o reaccionar!

–¿Qué haces espiando a las personas? –inquirí.

–Cómo ya sabes, meto mis narices en lo ajeno. –remilgó, sin enfado o negación.

–¡Tú misma lo admites! – Apunté, creyendo atraparla en un desliz o falla.

–¿Y crees a todo lo que te digan en la calle, vale?

–Pues, no cada día recibo tarjetas personalizadas con un nombre ni me hacen invitaciones al trote.

–¡Estás viejo! –expresó, intentando cambiar el tema– ¡Ni siquiera leíste mi nombre! Además, no quieres admitir que te pesen los años…

 

¡Cierto! No vi su nombre y jamás quise envejecer, como tampoco sentí atracción por mujer de más edad.

 

 –¡Viejo verde! –dijo, sondeándome, con ese azul, fondo de sus pupilas– ¿Qué haces para reducir la carga de tus años?

–¿Es un delito la gerontofobia? –parodié, evitando autojustificación– Hace rato tú ya no tienes veinte años.

 

Sin inmutarse, pareció no escucharme.

 

–¡Hago deportes! Troto con frecuencia, y voy al gimnasio para mantenerme activa… ¿Por qué tú no, viejito?

–Supongo que no me motiva el deporte –dije, sin dar razón a la verdad que me sacaban al verme.

–¿Sabes que, a tu edad, hay muchas cosas tuyas que, todavía, desconoces?

–¡Sí! –admití– Supongo que, también, perdí interés en explorar cosas de mí… Pero –interpuse– ¿de dónde saliste? Tengo la impresión de que conoces mucho de mí. ¿Por qué?

–¡Sígueme al trote! –aceleró, sin atención a mi pregunta– Todavía no he evaluado bien tu resistencia física.

–En realidad, diría yo, lo que estás calculando es el límite en mi desempeño con la libido, o la curiosidad; porque no tengo aptitud o intereses deportivos.

–¡Lo sabemos! –me adelantó– Pero quiero me acompañes y te equivoques… Voy al Locatel, a vacunarme.

 

Cuando ella dijo “lo sabemos” tuve la certeza de comprender que, ese “encuentro” en el que me abordó no fue casual, sino un asunto programado.

 

–¿Vacunarte contra qué? –dije, simulando desconocer lo que allí pasaba.

–Necesito una dosis contra el Omicrón

–¡Ah! – expresé –Veo que eres una persona de fe, pero en los fármacos.

–¡Claro! Todos tenemos fe. –endosó– De hecho, la determinación (u ocurrencia) de que me hayas seguido al trote, es un acto de fe. ¡Bueno! –añadió– Casi al trote y resoplando; porque no me conoces.

–Tampoco conocía a la chica con quien comí hace un rato y, sin embargo, conversé con ella un buen tiempo.

–¡Bastante rato eso! –indicó– Pero tomó tiempo vieras la diferencia.

–¿Qué diferencia? –quise saber.

–¡Esa la sabrás o determinarás tú!

–¡Sí! De la misma manera en que sola te vas a Locatel, y yo, a donde me plazca.

–¡Exacto! –hizo una pausa, mirando más abajo de mi cintura– Y te irás solo: Hoy, ya, dos veces… ¿Se mojó mucho de flujo tu ropa interior?

 

Tuve que reír a carcajadas. Esa coño –sin conocerme– parecía intuir varias cosas peculiares de mí.

 

–¿De qué me sirve interactuar con quien, tras “un acto de fe” (bien ciega, por cierto) decide vacunarse con algo experimental que no protege, pero la contamina?

 

            De nuevo, no prestó atención a mi comentario, pero lo endosó todo a mi nombre.

 

–La vacuna no ayudará a tu libido maltrecho, pero reforzará tu sistema inmunológico.

–Para ser una mujer que sabe mucho –dije– esa área de tu vida, todavía la manejan otros... Ahora bien, ¿en qué condición “sí ayudará a mi libido”; más que saberte seguida (ocurrentemente) después de un par de cuadras?

 

Gesticulando un remilgo, tocándose el cabello y luego el cuello, hizo una suerte de reto.

 

–¡Dímelo tú!

–¡No! –chisté– No tengo por costumbre responder por otros, no curioseo la resistencia de nadie, ni digo a la gente qué practicar o no hacer, por “su bien”. Supongo eso debería ser un acto deliberado o bondadoso de la gente… ¡Llámalo fe! Pero no es fe.

–¿No eres curioso de otras personas?... ¿Entonces? –repasó ella– No fue un acto de fe el haber deambulado un par de cuadras, siguiendo mis pasos.

–¡No! –aclaré– Soy curioso, y algo tonto y fetichista.

–¡Ah! –simuló comprenderme– Si tú mismo lo admites, entonces, ¡te creo!; pero no eres “algo” tonto, sino bastante tonto.

–¿Cómo un acto de fe? –sonreí, buscando resarcir o sacarle datos de información.

–¿Te vacunaste? – largó ella sin rodeos, contraatacando, sin responderme nada.

 

Evitándola, revertí la mirada a otro lado para comprender que no hacía nada tras ella, ni iría a ninguna parte luego. Pensé responderle y, aunque así lo hiciese, sabía no conseguiría nada; excepto, quizá, redundar en lo que ya haya dicho, infructuosamente, a otras personas con quien haya tenido tratos.

 

–¿Conoces a la diputada Sara Cunial, de Italia, o al Senador Bob Hall, de Texas? –pregunté.

–¡Entonces!... ¿Tú sí los conoces? –remilgó, de forma incómoda o antipática.

–¡Tampoco yo! –me incomodé– Sin embargo, he visto algunos de sus videos y, al parecer, no están a favor de esas vacunas, por diversos motivos contrapuestos.

 

Ya no sabía qué hacer. Avanzando el día, la gente, desbandada en tropel, caminaba por la acera. Una parte de mí quería volar y, la otra, correr.

 

–¿Siempre vas a responder a mis preguntas con rodeos? –demandé, como si pudiera presionarla.

 

Daba la impresión de que, lo que dijere o pensare ella, siempre era más importante que todos.

 

–Percibo –dando un guiño, apuntándola con el dedo– que no te interesa escuchar, sino que te escuchen sólo a ti.

 

Supongo que, en un instante, hice algún movimiento para retirarme e irme y, de algún modo, volví en mí, para que me atajara con una pregunta que no evadiría.

 

¡Oye tú! ¿Conversamos de esa italiana que habló contra Bill Gates, de la mujer que menciona planes de destrucción masiva?

 

Al girar sobre mis pasos, me recibió con su teléfono mostrando una serie de imágenes, con ambas personas.

 

Descripción: C:\Users\AJTH\Desktop\Screenshot_2.jpg Descripción: C:\Users\AJTH\Desktop\Clip VaQna Texas\Sen. Bob Hall, Texan Projet 1669.jpg

 

–¡No conozco a ninguno! –expresó– Pero estoy informada de sus causas.

–Entonces… –dije, recobrando ánimos– ¿Qué vacuna viniste a buscar?

–¿La tuya? –En sus ojos había un paralizante brillo.

 

La extraña era pertinaz. No puedo asegurar qué me atrajo más de esa mujer: Si las ganas de coincidir con alguien que me correspondiese, o el fisgoneo de saber o toparme con el efímero vuelo de la verdad.

 

–Dejé de seguir la fe ciega y lo que otros me digan –le hice saber.

 

Ella hizo una suerte de chasquido con la boca y sus dientes, para decir, o insinuar, un no sé qué.

 

–¿Te gustó aquella carajita? –preguntó, con interés inquisidor.

–¡Sí! –reconocí– Y también, eso fue un acto de fe verdadero. No presumía ni adulaba en nada y, de tener dinero, para dar, le habría dado más.

–¡Eres simpático! Pero no tienes suerte en tus “actos” de fe (que no son, para nada, ciegos).

–¡Sí! –admití– Uno se nutre de lo que ve y nos gusta, pero eso ya no me ocupa.

–¿Al igual que ese descuido a no tener relación cercana con los deportes, o a no ser parte de ningún proyecto?

 

Antes de responder o transcribir mis ideas, hice una rúbrica de suspiro (no muy honda) para proceder a declarar.

 

–No voy a mentir… Perdí el interés.

–Pero ¡todavía respiras y comes!... Para ser una persona inteligente, que vive tantos años desmotivada, la verdad, te admiro, porque no tienes –superficialmente– asomos depresivos. Estás frustrado y –¡sí!– desmotivado; pero no te dejas castrar… Todavía tienes cosas que te gustan o interesan.

 

¡Vaya! Sé que no soy la única persona con ese problema en el mundo, pero ¿cómo podría saber ella tanto de mí?

 

–¡Qué vaina eres tú, chica? –le dije– Una cosa es ser “antipática”, a voluntad, y otra, es que tengas ciertas habilidades; como las de leer la mente y mis pensamientos.

 

Se echó para atrás, balanceándose, antes de abandonar la comodidad del asiento que había tomado, y dijo.

 

–Si todavía sientes curiosidad –no simple interés por saber más– trata de equivocarte bien, y no mal… ¿Vendrás conmigo, o sólo me seguirás porque te atraigo, o por conocer alguna respuesta a tus preguntas?

 

¡Me gustaba! No sé qué cosa podría ser una mujer, ¡así!

 

–Prefiero seguir lo que pueda pertenecerme. –indiqué, un tanto desanimado– La gente siempre cambia, por conseguir lo que busca o desea.

–¡Ja! ¡Ja! –risueña, asintió– No eres tan brutico chico.

–No creo me agrade el rechazo, más que cada cambio o giro –le indiqué.

–¡A ver! –se acercó– ¿Te entiendo, o no sabes decir lo que sientes? –tocando mi codo con su tibia mano– ¿Quisiste decir que temes más al rechazo? Ó, por el contrario, ¿sólo temes a los cambios?

–¡Tú lo sabes! –resuelto, dije– No es necesario te exprese, con palabras, lo que sabes resiento, tan profundamente.

–¡Je! ¡Je! Por fortuna (y a despecho tuyo) la gente envejece día a día –bromeó, fingiendo reserva–. Si ese cambio sucediera, de la noche a la mañana, quizá, muchas personas se dejarían, y todos terminaríamos por querernos menos.

–¡Gracias a Dios! –admití– O a lo que sea que subyugue al prematuro envejecimiento humano. Si nos deformáramos de un día al siguiente, si experimentáramos la vejez y ese desplome corporal característico de la fealdad, ¿Tendríamos la voluntad de soportar lo indeseable, lo inaguantable? Y ni siquiera sabríamos cuán erradas eran nuestras posturas, si fuimos petulantes, ni esas cosas indeseables que notamos en las actitudes, respecto a otras gentes.

 

Si no pasáramos por el purgatorio de esta vida, quizá, no rechazaríamos lo malo ni lo que hemos sido.

 

–¡Ah! ¡No! No te encadenes en esos temas… –remilgó– Ya sé no te has puesto la vacuna; pero te necesito para algo más grande. ¡Claro! A riesgo pierdas el narcisismo hedonista de esa inútil vida.

 

¡Bueno! Si hay cosa que me disguste, es ver un ser ordinario que me valúe por debajo, que disponga de mí (sin consultarme) o ese que interfiera en alguno de mis asuntos, privándome completamente de lo que quiero decir o terminar.

 

–No vine a escuchar tus sermones –añadió, rematando– sino para hacer lo que debo hacer.

¡Lávate ese culo! –espeté, sin vacilar– No tienes derecho a tomar decisiones por mí.

 

Esos seres son como los políticos. Ellos, a menudo, regatean con la vida de aquellos a quienes colocan un precio inferior, indistintos, a cada cosa que tú valores, fingiendo aprecio, en sus desprecios… ¡Disparatada relación “amor” y odio!

 

¡Claro Antonio! Flaquea a todo lo que quieras y, entretanto, deja que otros decidan por aquello que todavía tú no decides luchar para vivir mejor o plenamente… ¡Es más! –increpó– ¡Corre! Tan lejos como quieras.

 

Tan pronto comencé a poner pie sobre el primer peldaño de la escalinata, advertí que su presencia comenzó a salir, conmigo, hacia la plaza de Petare.

 

–¿Crees que alguien estaría dispuesta a seguirte al trote –preguntó, sin desdén– tan sólo un par de metros?

–¿Qué te importa lo que crea y opine?

–Sin embargo, en atención a tus acciones recientes (para conmigo) yo sí intentaré corresponderte un par de cuadras (solamente esos metros que tú sí te mantuviste tras de mí) pero NO puedo retener la decisión que sólo tú puedas tomar.

–¿A qué te refieres, loca?

–¡Sé conoces bien la respuesta a la pregunta 110 del MMPI 2!

–¿Qué tanto sabes de psicología?

–Lo suficiente para reclutarte –¡eso sí!– luego de evaluarte bien.

 

Un raro escalofrío me subió la espalda. Nada en ella era fortuito y, aunque esa atracción dejó de ser física o intelectual, la curiosidad me carcomía, con cierto temor.

 

–¿Reclutarme para qué? –insistí saber.

–Para involúcrate en un error que te puede cambiar muchas cosas, incluso la economía y la satisfacción de la libido… ¡Claro! Porque no dudo que sigas siendo hombre.

 

No sé qué tanto me hayan observado u oído (no sólo con la chica golosa, del desayuno con las frutas). Pero en grado superlativo sentí necesidad de indagar o entender.  Tuve que controlar algunos pensamientos, el impulso de mis acciones y reacciones.

 

–Es un hecho sociológico que existe mucha gente dispuesta a prescindir de otras vidas –añadí– sólo por conseguir lo que ellas quieran… ¿En qué error me quieres involucrar, para que me equivoque bien?

 

Frente a la plaza, la rara criatura que seguía, elevó su brazo y, haciendo una resuelta señal con la mano, al momento, observé a un par de vehículos que, rápidamente, se aproximaron y, al detenerse junto a nosotros, ella concluyó.

 

–Si quieres respuestas –especificó– súbete conmigo. No hay otra forma.

 

¿Era una traficante de órganos que me evaluaba?... Incontinenti, inclinada a un lado del asiento, me cedió un espacio.

 

–¿Qué puedo perder en una insignificante vida? –pregunté, sin acentuar la ironía.

 

La marcha no fue disparada, sino más bien, parsimoniosa y discreta.

 

–Entonces… –comencé a preguntar– ¿La chica con quien estuve en la plaza, tenía un micrófono o algo por el estilo?

–¿Piensas que el espionaje sólo se hace de esa forma analógica? Analizamos lo que dices, lo que haces y, paralelamente, trabajamos todo lo que se escribe en las redes sociales. Tenemos años observándote y, aunque no eres “nadie”, eres alguien.

 

La coño –esa– volvió a herirme la susceptibilidad del ego; pero advertí que era oído, observado, empollado y, si no fuera para algo más importante que mi insignificante insulsa existencia (la cual admito sin narcisismo) debía aprovechar la formidable oportunidad que me daban: Rápidamente comprendí que debía controlar el emocionalismo (y a ver si salgo de esto).

 

–Sería “ingenuo” preguntar ¿qué puedan haber visto de mí, que tenga ese “potencial” para que me dispensen esta atención VIP en este vehículo?

–¡Engreído! –replicó ella, percibiendo el ceño de los acompañantes–  Apuesto que, de la misma forma en que no leíste mi nombre en la tarjeta, tampoco advertiste el número de las matrículas diplomáticas de estos vehículos y, sin embargo, así, te montaste: “La curiosidad atrapa al gato”.

–¡Igual! –remedé– No hallo mucho sentido repetir cada día, haciendo círculos como un perro, hasta decidir en qué lugar echarme… Y, las placas diplomáticas que sí reconozco, son las que pintan de rojitas.

–¡Shh! –indicó, juntando el índice sobre la boca– Te equivocaste bien (hoy) y, de lo que pase en el futuro, conocerás qué habrá para tu disfrute personal póstumo: Sé que no quieres morir (nadie desea esa vaina) pero, hoy verás qué puedes hacer, para cambiar esa “mala suerte”, que desechas, para reaparecer con ganancias a tu favor.

 

¡Me intrigó! Jamás tuve millones y, al parecer, éstos piensan me atrae la fama de la fortuna…

 

–Mi vida no es mala… –insistí en aclarar– y, “la mala suerte” la traen otros, porque no es mía.

–¡Shh! –volvió a poner su bonito dedo en aquellos labios carnosos, para que yo guardase silencio.

–¡Okey, jefa!

 

Hacer un viaje en silencio es tan aburrido como recorrer el paisaje de muchas carreteras, pero encerrado en un túnel interminable. Decidí cerrar los ojos para acumular fuerzas y tener paz, sólo conmigo.

¡No! Dentro de mí, me opongo a que otros me impongan callar y guardar silencios…

Sé que mi creatividad no supera una decena de personas, que mi deseo de construir un Estado donde se elimine el atropello sectario de individualistas, será llamado “totalitarismo” opresivo, por aquellas almas que conmigo no concuerden; pero algo nuevo –definitivamente innovador– hay que hacer para salvar a este país de los males pregonados desde cada subcultura étnica, que la mugre musical del marginal promueve, que la propaganda televisada admite, emite o nos determina… Porque me niego a guardar secretos, y a permanecer –aquí– callado.

 

En alguna parte de Chacao, a la altura de Ingeve (o antes del comienzo de la Av. Libertador) hicimos un giro hacia el norte, para detener la fila de autos frente a una clínica, en un portón que se abrió; dando a una de las propiedades de la Embajada de Serbia.

 

–¡Coño! –señalé con mi dedo– ¿Y estos no son comunistas?

–¿Cuál es el problema? –vindicó– Nosotros también conocimos la hiperinflación, por el conflicto servo-croata. ¿Acaso tu país no está bloqueado por los gringos?

–¡Qué gringos del carajo? –retorcí– Están bloqueados sólo algúnos de los hijos de puta que malgastan el dinero de Venezuela en el exterior y, además, deberían imponer las mismas condiciones de incomunicación económica al hijo de puta de Guaidó, a Rafael Ramírez… y a todo el séquito de hala bolas que sirvan a Cabello, a MaBurro, al TSJ, Etc. Etc.

 

Nadie me apuntaba con un arma al instante en que me dispuse saltar la verja metálica de ese recinto.

 

–¡Un momento! –gritó la extraña– Si te quieres ir… ¿No sería mejor te vayas por la puerta que usaste al entrar?

–¡Pues! –cavilé– ¿La abrirían, a capricho de mi solicitud?

–Of course! We took no jailbird here. [¡Desde Luego! No tenemos aves enjauladas acá.]

 

¡Oh! ¡Sorpresa! La tipa hablaba inglés, con buen acento.

 

–Sin embargo –prorrumpió, frenándome el impulso– te irás sin cambiar tu condición sexual, simplemente, por no tener ingresos convenientes.

–No sé si reír o contender –discurrí, volviendo en mí– ¿Qué es eso de “sin cambiar mi condición sexual”…? ¡Ja! ¡Ja!... No quiero cambiar de “bando” y, además, ¿qué es lo que me ofrece esta sede de un país ½ comunista?

 

No conferí dar crédito a lo que mis ojos confirmaban: Yo, un pobre güevón, era abordado por extraños que buscaban comprar/alquilar –un no sé qué– de mi lealtad, sabiéndome ser una de esas manos “de obra” inútiles, poco calificada… ¡Algo debí hacer “bueno” para cambiar lo que nunca cambié!

 

–¡Hasta cuándo vas a huir, cobarde?

–¡Okey! –admití– Controlaré mi miedo, mis prejuicios, y aprenderé a escuchar.

–¿Seguro no lo haces por lucrar tu avaricia?

–¡Lo determinarán ustedes! Si de veras me conocen –si creen a lo que haya dicho, hecho o publicado– ustedes darán crédito sólo a mis acciones; no a lo que instintivamente diga o deshaga con los pies...

 

Jamás sospeché que aquella vieja quinta tenía varios pisos por debajo del nivel del suelo. Uno podría suponer que el abandono externo sólo se debía a la falta de presupuesto –a la desidia– en aquella embajada; pero la mantenían así para no levantar sospecha, dado que no la custodiaban como una edificación adornada –cercana a la Urb. Altamira– que, antaño, antes de esas guerras, admito hubo mejor cuido; pero ahora servía de base a lo que cada venezolano (opuesto al comunismo) en su corazón demandaba.

 

–¡Bien! No te ofreceré dinero, porque no tengo.

–¡Tampoco yo! –intenté sonreír– Sin embargo, con esa escolta y 2 autos nuevos (diplomáticos, nada discretos) no sé quién les financia… No sé quién desea reclutarme. ¡Ni sé qué nombre usar contigo!

–¿Algo te preocupa?

–¡No, jefa! –indiqué– Cuando quise irme, nadie me apuntó con un arma (supongo por estar a resguardo, frente a vecinos) Pero esos autos, no son nada modestos.

–¿Y corriste riesgos al montarte en un auto de lujo?

–¡El “riesgo” soy yo? Pueden prescindir de mí, cuando quieran y, aunque yo no use teléfonos ni la internet; sospecho que cualquiera me pueda encontrar, si me buscan.

 

Ella volvió a producir ese raro chasquido, con su boca y sus dientes y, lanzándome una vaga mirada de aceptación, hizo otra señal con la mano izquierda, indicándome la siguiera (no sé a qué sitio).

 

–¡Antonio! –indicó– tenemos un plan (sólo para que creas tenemos uno) y, si trabajas para nosotros, tendrás otra nacionalidad y algo de dinero. ¿Te interesa?

–¡Señora! –gesticulé, tomando asiento, donde lo ofrecieron– Si fuera lo contrario, seguiría huyendo… Pero no me insistan con aquellos de la vacuna.

–¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! – simuló reír– Eres un valiente bien cobarde.

 

La mayoría del personal allí debió tener cabello amarillo y piel muy blanca, sin embargo, se parecían a cualquiera; excepto esa mujer con pecas.

 

–Tus hijos están afuera… El lugar lo sabemos y, tú mismo, no lo sabes, pero recibirán parte de tu dinero, en depósitos a sus cuentas… ¿Te parece bien reciban algo de esa plata?

–¡Desde luego! – apunté, sobreexcitado– No sólo muero de curiosidad, sino desde que ingresé a ese auto que me trajo.

–¿Pensaste no pagaríamos? –tomó una barra de chocolate, y la trajo hasta mí– ¡No somos así!

 

Me rodeó y observó lo que yo miraba, tanto como su paseo me permitía.

 

–¡Desconfiado! –señaló– Pero es bueno que intuyas algunas cosas, en particular, si te formas para la misión en la que te vamos a inmiscuir.

–¡Gracias, jefa!

–¿Gracias a qué? –contra preguntó.

–Agradezco hayan pensado en enviarle dinero a mis hijos, y en pensar que tengo algo con qué ayudarles.

–¡No nos ayudas! –aclaró– En realidad, te estamos ayudando a que tengas la oportunidad de darte otra vida, para que liberes a tu país y, quizá, para que vuelvas a respirar hondo, pleno con algunas satisfacciones.

–Como la de tener otra nacionalidad ¡Gracias!

 

No me importaba llegar a tener otra nacionalidad –en particular– sino el derecho a poder salir de lo que detesto.

 

–¿Cuándo empiezo el entrenamiento?

–¿Entrenamiento? –remoló– No hay tiempo para eso. La oportunidad es ahora y, si no haces bien tu parte, reclutaremos a otro y a otros… Cada día que pase, se volverá décadas, si fallas, no tendrás a nadie ni podrás acusar a otros. ¡Es más! Si caes, te mataremos… Aunque tus hijos sí recibirán alguna forma de pago.

–¡Claro! –consentí– ¡No plenamente compensatorio!... Persisto en valer un poco más “vivo” que muerto… Espero que, de alguna forma póstuma, mis hijos sepan que les amo.

–La mejor forma de que tal cosa se sepa, es que hagas bien tu trabajo (de derrocar al comunismo) y, cuando termines bien la faena, tú mismo lo demostrarás ¡por tus hechos!... ¿Capito?

 

Al momento, sus palaras me hicieron suspirar, no por añoranza a sentirme querido, sino por comprender que, cualquier cosa que me pidieren hacer bien ―aquí o allá― jamás tendría la jactancia o la presunción del reconocimiento público, porque esta gente sabía que no me motiva el narcisismo personal, que esta lucha contra la impiedad es para neutralizar el vandalismo político de los que actúan por vil ego y, estoy casi seguro que me habrán leído y entendido.

 

–¿Cuánto tiempo me tienen bajo monitoreo, señora?

–¿Te preocupa eso, o lo que tienes que hacer, Antonio?

 

¡Perro! A veces, cuando pronunciaba mi nombre me turbaba… Una cosa es que te vean los defectos del cuerpo, pero –parece– ella desnudaba mi alma (si es que algo podría quedarse a cubierto).

 

–Aquí hay gente que no te conoce… ¿Preguntaste por algún entrenamiento? Pues bien –agregó- quizá sí lo necesites, ya que sabemos no ingresaste a ningún curso militar en la Marina.

 

Al llegar a una especie de celda, me pidió desnudarme y, antes que me descubriera de un todo (evitando su burla) del techo me cayó un balde de agua fría con cubos de hielo y, desde luego, me sorprendieron.

 

–¡Antonio! –desgarró– Tu entrenamiento comenzó desde hace mucho tiempo. Esta gente te someterá a un cursillo intensivo y, aunque mentalmente intentes renunciar, confío en que harás la misión que se te encomendará (si sobrevives).

 

–¡Por cierto! –indicó, antes de que ésos comenzaran a golpearme– Una de las cosas que debes empezar a hacer, es dejar de escribir tus notas en primera persona. Un libro o una novela, por lo general, deja de fluir o leerse cuando el lector observa personalismos.

 

Mentí. Simulé haría lo que ella me pedía… ¿Por qué hacer las cosas como otros me exijan?

 

–¡Entiendo! –dije, esquivando un par de golpes– Pero, ¿cómo fingir lo que es, de fondo, un tema totalmente autobiográfico? Más fácil es que, por fortuna, algún especialista tomara mis notas –junto a los apuntes de todos los que escriban– para crear un equipo interdisciplinario que se dedique a desmentir múltiples componendas venezolanas.

–¿Habrá tiempo? Estamos a punto de la Tercera Guerra Mundial. Venezuela, respecto al mundo, es insignificante, pero, destruido el enemigo interno, el futuro te depara éxitos… ¿Sigues en el reto?

–¡Opciones no tengo!

 

El sábado pasado (05/03/2022) una alta comisión de USA vino a Venezuela para conversar con Nick Maduro. En televisión, el muy hijo de p*ta no dio parte de cualquier cosa que –en privado– se haya dicho con aquellos.

 

–En cosa de semanas, miles de personas cruzarán las fronteras de Europa y, sin saber, éstos estarán aceptando el Caballo de Troya que les envía Rusia (a través de Ucrania). ¿Imaginas lo que está sucediendo en fondo negro?

–¡No! No puedo imaginar una guerra…

 

Los que alternativamente me golpeaban, hacían preguntas en distintas lenguas, en tanto –de mi parte– me esforzaba en dirigir la atención a quien me trajo a ese tormento.

 

–¿Qué quieren tu angustiadores, Antonio?

–No solamente quieren respuestas, señora, sino que además de debilitarme, quieren destruirme y rendirme.

–¡Equivócate bien, Antonio! Remember your training, just to survive.

 

No sé qué cosas, para ella, sería mi entrenamiento. Uno llega a cierta edad y no sabe responder a cuestiones que nunca tuvieron importancia, por indistintas.

 

–¡Amas a tus hijos! –preguntó, sin un ápice de lástima, viendo a mis angustiadores.

–¿De qué me sirve ese amor? –pregunté, evitando caer al suelo exhausto.

–Si el amor propio es débil, necesitas recursos adicionales superiores a la libido, recursos más grandes que el amor por tu parentela.

 

No hice conteo a los golpes recibidos.

 

 –Si unes tu debilidad a ese amor no lastimado, al que no quieres nadie te lastime, entonces (y quizá) reorientes tu entrenamiento hacia las fuerzas que necesitas; pues, aunque ya perdiste el amor propio, sólo falta vivificar el amor por los que sí has querido, a los que has cuidado y acariciado y, sumando, únicamente sumando tus fortalezas, tendrás ese poder para destruir a los que te adversan: ¡Esos guapetones luchan por robarte lo tuyo! Quieren despojarte de lo que te costó, trabajo y dinero. ¿Quieres vivir en un barrio y en sus ranchos?

 

No era una bella gurú, sino una coach motivacional… ¡Vaya! ¡Qué acierto! Sumar y sumar fuerzas, no debilidades.

 

Canaliza tus fuerzas, Antonio, por amor a tus hijos, por lealtad a ti, a los tuyos, o a todo lo que deseas.

–¡Entendido, señora! –admití, soportando el castigo– Lo agradezco.

 

No tiene caso explayarme en memorias de esta aciaga contingencia y, además, por motivos de seguridad emocional no revelaré la clase de maltratos a los que me expuse: Esos coños é madre me prepararon para soportar aspectos de la misión que no sospeché costaría la libertad irrenunciable; misma que no compartiré con cualquiera.

 

Este lunes, en el noticiero Televen, oí de un niño que fue secuestrado y hecho prisionero por los lados de San Bernardino, Caracas. El fatídico caso, según la noticia, aconteció cuando el imberbe cayó en la trampa de recibir un plato de comida y fue raptado (por quien, posiblemente, lo violó) y, según oí del periodista, el muchacho fue rescatado y recibirá ayuda sicológica… ¿Alguien recuerda la violación de una chica venezolana en Argentina, la semana pasada, perpetrada por 6 sujetos? Todo eso es para rebajar lo que quede de autoestima, para dominar e intimidar... Si en un adulto, esa violencia no tiene perdón, en un niño –tal ruindad– debe llevar a reacciones colectivas que eliminen la perversidad de esa abominación en cada transgresor, pues, la cárcel no es suficiente castigo, ni aun con los sufrimientos de una muerte paulatina.

 

No sé qué esté pasando en Venezuela como “bueno”. No sólo se volvió (todo el país) en una inmensa lavadora de dólares, sino en un paraíso fiscal que sólo monitorea las actividades “lícitas” de sus ciudadanos para quitarles más dinero, para cobrar más impuestos que, para evitar ciertos reglamentos o violaciones, muchos individuos prefieren pagar los sobornos que policías, fiscales o funcionarios del gobierno centralizado les exigen… “para no llevarlos a fiscalía”. Si alguien quiere gasolina o gas (fuera de las lentas colas o líneas de espera) hay que pagar a las roscas comuneras, o a muchos funcionarios.

 

Suena retrógrado hablar de negra espiritualidad o del “hombre inicuo”; pero esos días anunciados –ahora en tinieblas– están al doblar cada esquina. Hoy no sabemos cuántos crímenes de guerra ni cuántos abusos sexuales se estén cometiendo en Ucrania por un mendrugo ni sabremos cuántos crímenes peores se producen en el mundo; pero, si amamos nuestros hijos, si sumamos y sólo sumamos, iremos destruyendo “la fuerza” del enemigo que, simplemente, se dedica a desmembrar y a desunir.

 

Mi “entrenamiento” no fue largo. El maltrato no requería padecer abuso sexual ni sufrir inoculación toxicológica, porque ellos mismos me colocaron dientes postizos –con toxinas y veneno (cianuro)– para que me matase a tiempo; tal como lo hicieron en muchos militares alemanes, antes de que fueran interrogados, en la segunda guerra mundial.

 

Memorias

 

Toda vida es un alma impresionable. Borrosamente se tiene evocación de cosas que jamás vimos como referencia y, eventualmente, solemos recordar algo del pasado que nos aturde, autobiografías que nos han afectado -desde niños- y, sin saberlo, hemos asimilado versiones de recuerdos que no nos pertenecen –de una forma y de otra– como si la materialidad del hoy fuera continuidad aparente de otras vidas, que se fueron. ¿Qué tan débiles somos por esos descuidos?

 

De cuna, soy testigo de ver pelear a mis padres. En alguna parte, veo una puerta de baño de otra casa. Puedo ver a mi madre, con poca ropa interior, levantar su brazo amenazador provisto de un cuchillo y, en ese cuarto de baño, también, puedo ver a mi papá sangrar, lidiando con el problema; pero, más allá de negativas imágenes de violencia, no tengo el contexto emocional previo a ser testigo de intimidantes escenas que no deben ver niños y, mucho menos, cuando malos los ejemplos del ámbito intrafamiliar no deben marcar la memoria de seres que, cuando grandes, también tendrán tendencia a imitar, como cualquier cosa que en la infancia hayan visto o padecido, según estudios sicológicos del Dr. Albert Mandura. ¿Alguien se niega a desconocer o revisar la memoria de lo que haya visto tras los barrotes de su cuna, siendo un bebé?

 

Los descuidos de la paternidad no programada (si es que eso, así, existe) muchas veces, indeseablemente, afectarán las relaciones de la histórica vida familiar de los que tuvimos cerca para amar, pero inadvertidamente. Por ejemplo, no sólo tengo confesiones personales de terceras personas (desconocidas) que ya tienen más de 60 años cargando infaustas consecuencias de traumas abusivos de (los sinvergüenzas) quienes les criaron, sino que, además de lo fortuito de las patrañas noveleras, el azar me ha llevado a conocer la historia clínica de muchos, que aún no han muerto.

 

                                      Starship Troopers 

 

No sé cuántas veces haya leído ciertos libros clásicos o qué cantidad de veces haya visto ciertas películas viejas que impresionaron la espiritualidad o lo mejor del reservorio de mi naturaleza personal, pero, luego de un par de décadas, cuestiones emocionales como los padecimientos del Werther de Goethe o, películas épico/emocionantes como Starship Troopers, siguen teniendo cierta importancia en la psicología de mis emociones (igual que pasa a muchos otros) aunque más que cualquier noción o efecto que alguien me haya contado y, subconscientemente, todas estas cosas que hayan venido a mi vida, todas ellas siguen operando automáticamente sobre el baúl de los influjos del alma, como también todas esas pasiones que mueven al hombre o a cualquier mujer: ¡Las emociones nos mueven a todos! ¿No es sorprendente hallarse con personas que se sientan vinculadas por esas cosas? Mientras que –a otros– una cantidad de sucesos, libros, películas y objetos no les signifique absolutamente nada.

 

Cada persona impone límites a lo que no desea ver para que sus emociones no se afecten. Si un niño o anciano cae al suelo, algunos se involucran en ayudar al caído y, otros, se resuelven por reír. Quizá, más de uno pudo acercarse a extraños que jamás tuvieron algo en común, alguno pudo amar o querer y, de la noche a la mañana, con los años quizá, notó inaceptables cambios –en él o en otros- y somos tan volubles (en gustos, planes, deseos e intereses) o demasiado torpes para darnos cuenta que, de un momento a otro, dejamos de gustarnos, repudiamos acercarnos, o dispusimos no querernos.

 

En la década de 1960, también, un grupo de científicos (con el sicólogo Albert Mandura) hicieron un experimento en el que emplearon niños para conocer -si en efecto- la violencia era un acto que se enseñe o un mal que se aprenda en la casa como en toda escuela, más que ser otro simple reflejo condicionado, como los que había experimentado Iván Pávlov con los perros de su laboratorio.

 

            Hoy, el socialismo/comunismo científico sabe que con una bolsa de comida –como la del CLAP- la gente está tan condicionada a la dependencia alimentaria pavloviana, de la misma forma en que confían en la dependencia económica, cuando confían nuestras vidas a toda forma de bonificación, semejante a los bonos que, mensualmente, ellos asignan a través de la página Patria.org.ve (ese servidor debe ser destruido)

 

     Ud. y yo estamos condicionados a merced de cada político que proyectó tener un puesto vitalicio, a cambio de lealtad conseguida a conveniencia, no por la lógica de lo que nos convenga a todos y, de la misma forma en que la Roma antigua se sostuvo por un senado que pagaba oro a cambio de “la lealtad” mercenaria de cada soldado pretoriano, hoy los ciudadanos narcisistas de cada nación hacen lo mismo al arrendarse, pensando en su conveniencia económica y en el oro que puedan meterse al bolsillo; no pensando en el verdadero bien común. Si el partido –cualquiera que sea- sólo piensa en lo que a ellos convenga, los ciudadanos, cada uno parcelariamente, piensa en sí y en lo que le unilateralmente les beneficie, del mismo modo como Roma pensaba en tomar el oro de cada súbdito que pagó impuestos contra su voluntad: No pagábamos IVA, se puso en 12%. 

 

Hugo Rafael prometió quitar el IVA del país (también mintió en eso) y Nicolás Maduro lo subió al 16% y, algún día, pagaremos más de 20% (se está haciendo, si usas moneda extranjera). ¿Es eso justicia social para todos?

   

¡Sólo les interesa el poder personalista!

Para uso particular, no para nuestro bien.

 

Regímenes y falsedad

 

Yendo en el Metro de Caracas, escucho a una mujer haciendo comentarios negativos respecto a las mentiras que impone el comunismo, a fuerza de repetir lo que ellos quieren que las juventudes crean y, de inmediato, me quité el tapabocas para subir la voz y debatir (en caso que no fuera bipolar o contraria a declarar sus opiniones a viva voz).

 

–¡Señora! –espeté, fingiéndome contrario– No hable bien de Carlos Andrés Pérez que, por culpa de él, también estamos en esta desgracia.

–¡No hable paja! –remilgó la desconocida- Éstos son los que dicen que “gracias a ellos, el país cuenta con avances y con tecnologías”, como si toda la vida nosotros hubiéramos andado en guayuco y en flechas y, según recuerdo, el Metro se hice en tiempos de Carlos Andrés.

–¡Qué va, señora! –insistí, para que supieran los menores a 30 años– Esas obras monumentales no se hicieron con CAP y, si mal recuerdo, esos planes de la nación (tramados para más de 20 años) los bosquejó la “dictadura” de Pérez Jiménez, pues, estos carajos no han hecho nada nuevo al parasitar, sino sólo construir encima de nombres y obras que el General Pérez Jiménez ya había hecho. ¿Quién hizo las Torres del Silencio, Parque Central o el teleférico de Mérida y del Ávila?

 

Con el disfraz que elegí llevar –ese día– nadie se atrevió a contradecirme.

 

–Estos comunistas –concluí– sólo ponen pintura y nombres “nuevos” a lo que otros han pensado y construido... Originales y Revolucionarios no son.

 

Al llegar a la estación del Metro de Petare, las puertas se abrieron frente al tropel de personas que intentaban detener el despelote “humano” de cada día.

 

–¡No jodan! Compórtense como gente –gritó una mujer agredida– Parecen animales, en esa forma de correr.

–¡Quítate del medio, marica! Te paraste en la puerta, como si –para poder entrar- tuvieras necesidad de entorpecer el camino de los que intentamos salir. ¡Bruta! ¡Bruta!

 

Por un lado, me alegro de no haberme parado en la línea de fuego de aquellos insultos. Si alguien allí se hubiere ofrecido disparos -desde luego- unos quedaríamos más expuestos que otros y, tras décadas, esta situación indeseable se torna más violenta; en particular, porque la buhonería hace vida en cada escalinata, tanto como en la mugre de esos pasillos atestados, llenos de tiestos sin seso, que permiten la mercadería de banca a banca… ¿Serán ladrones, si se les impide comerciar en la calle y bajo tierra? ¡Ese es el costo! Por falta de profesionalismo.

 

En Serbia, por ejemplo, el desempleo se mantuvo por encima del 50%, desde 1993 y, si estamos frente a un país cuya economía depende mayormente de la agricultura, y por asuntos de guerra no se está produciendo lo que necesita, consecuentemente entonces, éste debe someterse a la “ayuda” de otros gobiernos que paguen sus deudas (bajo financiamiento que produce endeudamientos): Tal es el caso de Venezuela, que va perdiendo su “independencia” a diario. Estados Unidos, al enviar una Comisión de Alta Plana, supo qué posición mantiene el gobierno de Maduro respecto a su dependencia económica con Rusia y China. Si Venezuela decide apoyar el ataque estratégico y energético que Rusia se plantea, para “protestar” respecto a las sanciones económicas de USA y de la Comunidad Europea (como extensión de la OTAN), entonces, a Venezuela la auto boicotean (más de sí misma, siendo parte de la OPEP) porque los ineptos de esta administración no sacan ventaja en provecho a vender petróleo a quienes ahora lo necesiten, de este lado del hemisferio y, de no hacerlo a nombre de la Renta Pública Venezolana o del Flaco Fisco Nacional –lo harán a título personal, como hacen con las drogas– pues, vendiendo petróleo al Mercado Negro en condiciones de guerra, lo que debería entrar como ganancias de usos público o como impuestos de recaudo, será el estipendio camuflado que irá al bolsillo de ladrones de lo nuestro suelo. ¿Rafael Ramírez se hizo pobre trabajando en PDVSA?

 

–No te sorprenda cuando comiencen a hundir nuestros buques tanqueros.

–¿Cómo es eso, Antonio?

–Si los rusos no establecen una flota de barcos con submarinos en nuestras costas, en algún momento, se sabrá de tanqueros que harán ventas petroleras que no registrarán a nombre de la facturación de PDVSA. Si entramos a condiciones de guerra –no en forma directa– los rusos no sólo tendrán que vigilar nuestros despachos marítimos, sino, también, la producción petrolera de consumo local y, como cada barril se pondrá tan caro como el oro, los hijos de puta del Maduro comenzarán a vender petróleo al mercado negro.

–¡Ave de mal agüero!

–Si ese Mercado Negro –facturando sin PDVSA– no beneficia a las naciones del bloque de los Estados Unidos, de sus aliados en la OTAN, has de saber por adelantado, que esos tanqueros explotarán y, además, la infraestructura recibirá frecuentes ataques de cualquier milicia … ¡Maduro es enemigo de USA!

–¿Qué vas a saber tú de eso?

–Si USA estudia sancionar a Bielorrusia “por apoyar a los rusos”, entonces –por extensión e inferencia– Venezuela recibirá su bombazo…

–¡Shh! Tapando sus oídos, chistó mi mamá, quien siempre rechaza vaticinios funestos.

–En caso no recibamos más consecuencias del arrebato energético mundial –proseguí sin prestarles atención– espero un bombardeo directo de los que apoyen a la OTAN… Ese presidente de Ucrania, al parecer, es muy popular y, sospecho -¡sólo yo sospecho!- que de Ucrania puede salir el anticristo de estos últimos días.

–¡Pamplinas! –me dijeron– ¡Tú sí que hablas paja!

–¡Bah! –remilgué– Espero no equivocarme y, si me equivoco, que falle el tiro bien.

 

A nadie informé mis planes… Estaba en la víspera de esos días en los que debía viajar fuera del país. No pude arreglar mis asuntos incompletos y, como de costumbre, resentía el hábito de postergar cosas, o de no concluir pendientes que no llevaba a feliz término.

 

–¿Qué es una raya más pa´ un tigre? –dije para mí, sin auto justificación– Uno sabe la intención y conoce la razón; pero el futuro no es mañana, sino el ahora.

 

Mis cosas estaban prestas y quería revisar esos pendientes que se supone uno debe tener en orden.

 

–¿Tienes tiempo hablando solo? ¿Oyes voces dentro o fuera de tu cabeza?

 

Cuando dejas el país, consciente que no vas a regresar y, tanto menos si no cambian las condiciones que te impulsan al abandono de tus familiares, bienes o cualquier cosa que pudiera detenerte allí, donde ya no quieres estar, se siente una rara sensación que, para quienes tengan una mejor situación emocional o económica, tal vez, despegar resulte un asunto baladí bastante insignificante.

 

–¿A quién extrañas antes de tu salida? ¿Tienes nexos emocionales con alguien?

 

Al enemigo, por ninguna razón, se debe informar qué tipo de sangre tienes o si padeces alguna enfermedad crónica o recurrente en tu familia. Jamás se ha de indicar los nexos que tengas con personas que puedan abordar o chantajear. Uno no die si tiene hijos, si tiene esposa ni qué inclinaciones tiene o si guarda traumas emocionales o fobias. Si uno teme a las serpientes o a las alturas, jamás, jamás, debe decir tales cosas a nadie; NO hay amigos en la guerra.

 

 

Hoy visité a mi tía a su trabajo, para llevarle unas medicinas. Hacía meses no la veía por su devoción al chavismo y, antes de verla, le envié una foto donde mi mamá resalta alimentando a un recién nacido y, para conocer exactamente la forma en que tiene organizado sus viejos recuerdos, le especifiqué a ella un par de objetos reconocibles –en blanco y negro– que fueron parte de nuestra casa familiar y, para evitar confusiones, traté de hacer entendiera, las cosas tal cual las recuerdo.

 

–Esos son los altavoces que tengo en casa –admitió reconocer, lo que usó muchas veces.

–¡No tía! Esos no son... –insistí– Estás viendo el altoparlante del pickup de válvulas termoiónica que se tenía antes de que compraran el equipo Pioneer. Las que tienes en casa son de tela gris y, la que ves en la foto, tenía tela roja. ¡Se parecen! Pero no son.

–¡Ah! Y ¿Quién es el niño que estás alimentando?

 

Solté una risa de extrañeza y, a su asombro, tuve que explicarle el truco que me producía gracia.

 

–¡No tía! –interpuse– Esa es mi mamá. ¡No soy yo!

–Pero se parece, también, a tu hija mayor…

–¡Sí! –asentí– Noté ese parecido con ella.

–¡Verdad! –agregó ella– Y, asimismo, se parece a tu hermana Alejandra.

–¡Sí! –admití, además– Uno no puede negar la esencia genética.

–¿Y quién es el bebé en sus brazos?

–¡Soy yo tía! –sorprendido, reí– Confundiste a mi mamá conmigo… Imaginé que nunca habías visto esa foto y, si la conociste, han pasado siglos.

–¡Ese eres tú, nené?

–¡Sí! –aseguré– Y en tu casa de Catia…

 

Ese incongruente incidente, confirmó una teoría que he conversado un par de ocasiones en tertulias con mi madre. Docena de veces, quizá, me reprocha por no tener clara memoria de sucesos que ella dice recordar con “precisión” y, aunque no suelo darle importancia a ciertas cosas (como ella las memoriza) le he dicho que la “memoria colectiva” se reconstruye en función de las células espejo de cada amigo o pariente, quienes la refrescan o te vivifican, cuando uno y otro evoca sucesos que se pensaban olvidados y que, frente a experiencias cercanas a la muerte (NDEs), muchas personas refieren en sus crisis, volver a ver a parientes difuntos, oír voces de quienes ya partieron a “otro mundo”; así como también pueden reanimar imágenes de quienes conocieron en vida.

 

–¡Ahora recuerdo! Esos muebles y esos objetos los había olvidado…

–¡Tía! Estamos muy cerca de una tercera guerra mundial.

–¿De qué hablas, muchacho?

–¡De la guerra en Ucrania, tía! Sé que simpatizas con el chavismo y los comunistas; pero es posible no nos volvamos a ver y, siendo así, quise refrescarte viejas cosas, momentos que tuvimos, ratos que compartimos con nuestra familia y, antes que todo se acabe, quise decirte GRACIAS por todos esos años.

 

Me puse en pie, frente al sofá azul que usé al ser recibido en el lobby de su oficina, y la estreché y la abracé. No tengo control de las opiniones ni sentimientos de nadie y, aunque no estoy emplazado por el presente ni constreñido por el pasado, mi tía fue mi tercera madre y, gracias a ella, no sólo estudié o tuve cosas que la vida sola no habría dado, sin el trabajo de aquellos que me precedieron, me cuidaron y amaron. La desidia, unida a “la tolerancia”, ha dejado crecer lo que nunca se debió permitir.

 

La entrevista

 

-Se dice, estadísticamente, que las mujeres que prefieren tener más amigos varones que hembras, "suelen ser más felices, más sanas, y tienden a vivir más tiempo". ¿Qué opinas de eso?

 

-Digo que nunca estudié mujeres psicológicamente, sino sólo a su anatomía. Que, si ellas preferían a los hombres, en lugar de mujeres, sólo lo hicieron para sentirse amadas (o deseadas) y, en caso dejaran su pareja sexual, se les haría más fácil volver a tener otra relación, que habiéndose aislado sólo amistándose con mujeres (quienes no le darían el tipo de satisfacción que la mujer promedio busca para sí); dado que, con otras, más que complementar(se) para EDIFICACIÓN COLECTIVA, sólo tienden a la deslealtad nada fraternal (en la que muchas sólo rivalizan por ser más bonitas o populares en la edad de la pubertad).

 

-¿Crees que, debido a múltiples referencias o experiencias desagradables, muchas chicas hayan desarrollado una tendencia a rodearse de seres "moldeables", que tiendan a servirlas, que sean manipulables o co-iguales, más que buscar rodearse de aquellas que representen un riesgo para su propia realización o subsistencia, en un mundo que se hace tan competitivo, cuando cada una de sus amistades está al acecho de ser copulada/amada por el mejor dotado, el mejor visto o mejor pagado que el resto de los que le sean comunes o menos atractivos?

 

–¡No lo sé! Habría que observar, más, lo que pasa en la lesbianidad: La mujer es tan cambiante durante su ciclo de ovulación. Puede que, al inicio de ese ciclo lunar, ella se sienta más atraída por un hombre adulto, protector/suplidor y cariñoso (con voz masculina) pero, cuando avanza en esos días, es posible que ella busque rostros masculinos con simetrías femeninas, de voz menos ronca ¡incluso! que sean más inteligentes que ellas y de menor edad... No es un secreto que ellas, también, al envejecer, se sientan atraídas hacia chicos más jóvenes que sus esposos... Sólo que la sociedad ha impuesto esa carga y la pena/vergüenza de hacer cubrir gastos/costos de malas decisiones que otros tomaron al engendrar hijos que NO pertenecen a vínculos "regulares" (entiéndase matrimonio o concubinato). Cada hombre, por lealtad a sus vísceras (no al afecto de amigos) siempre procura arrebatar lo que debiera de respetar como ajeno. En cambio, la mujer por su adicción a buscar elogios "por verse/ser vista" como bonita y deseable, sondea las opciones/opiniones de "las amigas" para ver a quien se roba (a hurtadillas y en clandestinidad). ¡Qué horrible somos en la deslealtad de lo humano! En otras palabras, cada uno aprende por imitación y, el APRENDIZAJE SOCIAL (de cada mentira o traición) se nos ha pegado de tanta copia y forzada repetición... Eso ha de ser un "reflejo condicionado", como lo es decir 4 mentiras al día.

 

–¿Cuántas mentiras dice un político a diario?

 

–¿Uff! Habría que escuchar (con un polígrafo) la falsedad de Nicky Maduro, o las del Diosdy Cabello. Habría que oír a Biden, y al demagogo Putín con una grabadora de audio... Al final de semanas de estéril y aburrido estudio, se tantearía sacar el promedio estadístico de muchas mentiras.

–Entonces Antonio, ¿la felicidad se halla en adinerados y más exitosos?

–¡No creo! Dado que, exitosos y adinerados, por alguna razón, suelen divorciarse, ellas/ellos tienen rupturas amorosas, tienden a suicidarse o lamentan ser infelices (no viene al caso citar sus nombres).Tal parece que, la felicidad (si es que ella realmente existe) se encuentra a cuentagotas, a ratos y, como unos y otros solemos compararnos (tal cada vecino dice que el pasto es más verde en la tierra del que viva al lado) la medida del "éxito" o "felicidad" no camina con la cantidad de dinero que tengamos, sino en la referencia que tengamos al vernos superiores o aventajados respecto a quienes conozcamos, frente a esos con quienes alardeemos o presumamos, creyéndonos alguien superior. ¿En qué supero a Bill Gates o qué me destaca sobre Biden o el musculoso hombre montaña? Es UNO quien termina aceptando la GRANDEZA o la pequeñez que reconozca en sí mismos. Supongo que, de ese vicio general, cada país calcula cada inversión o ganancia usando el referente de monedas extranjeras, como lo hace Maduro, quien sigue usando "dólares" o "petros" para calcular cada "beneficio" o partida presupuestaria que "aprueba"... Uno puede oír a ineptos "calcular" tasas o estadísticas respecto a países de mayor desarrollo económico, para mostrar LA ENVIDIA que siente respecto a esos y otros, pero, por alguna razón, algunos estudiosos están afirmando que la gente está gastando más dinero en COSMÉTICOS y en productos de BELLEZA, en lugar del total que invierte en EDUCACIÓN. De modo que, si esto es "verdad", entonces podemos comprender porqué muchos deseamos comprar un Ferrari, en lugar de un auto modesto o popular. Si uno gasta más dinero para "entrenar" en un gimnasio privado -en lugar de ir a la universidad- entonces, la presión pública está haciendo logros para que mi celular sea más moderno o costoso que el que usan mis compañeros o amigos en sus reuniones. ¿Me explico? Uno se compara con otros, a fin de hallar argumentos y razones para sentirse mejor, en algún aspecto supongamos nos justifique o favorezca.

 

–¿Qué opinas del impuesto gravando las compras hechas en dólares, y otras divisas? Imagino oyó “lo hicieron” para apuntalar el uso del Bs, respecto a otras divisas.

–Honestamente, ciudadano entrevistador, mi opinión no significa nada. Lo que escriba usted o diga yo no importa a nadie, ni refleja el sentir, ni el repudio, que sí deberían vocear todos los venezolanos que rechacen pagar más dinero a un gobierno putrefacto de ineptos, con parásitos embaucadores. Me encantaría –¡sí!– que todos llegáramos al consenso de ir todos juntos a la calle para protestar nuestro desacuerdo a pagar otro IVA “más batato”. Supongo debemos exteriorizar nuestro RECHAZO al conformismo de dejar que políticos gobiernen aspectos privados de nuestra vida económica y nos sigan imponiendo impuestos (como eso de subir un elevado IVA del 16%, a otro tanto del 3%, pagado con divisas). Por ejemplo –débil y siendo condescendiente ante el totalitarismo de Estado– fácilmente diría “que deberíamos estar desafectados todos los ciudadanos, si hago el pago con Zelle desde cualquier parte del mundo de la red”…  ¿Verdad que soy irresponsable al tolerar los abusos de ese poder diseñado para “servir” al país? Ellos, los de la AN, no están beneficiando a nadie con ese impuesto, sino a la recaudación que gastarán en los excesos que ellos mismos consumen, debido a que están sometiéndonos, arbitrariamente, a la doble tributación (en USA + Vzla) y, si vemos bien, la transacción monetaria se hará dentro del territorio de USA, puesto que ese dinero no viene a Venezuela en las remesas. Y, el punto, es que los comunistas buscan cualquier medio para enriquecerse a EXPENSAS del trabajo y esfuerzo ajeno (de los expatriados, por cierto). No creo que, lo que hoy parezca un “insignificante” 3% se quede “así” en esa nimiedad como rastreramente lo introducen, pues, al permitírselos hoy, harán lo mismo que se hizo con el tiempo, dado que, a poco de la muerte de la inmunda momia chavina –quién prometió reducir el IVA y no lo cumplió– el infausto InMaduro lo aumentó del 12% al 16% y, no hay que ser matemáticos para imaginar que ese 3% lo subirán en cualquier momento, cada vez se les permita, o cuando articuladamente convenga a los sombríos políticos. Es tiempo que admitamos que ellos sólo se sirven la mesa a ellos mismos, NO al país que someten a impuestos esclavizantes que rebajan la calidad de vida. ¿Por qué voy a pagar otro impuesto a quien es culpable de que mis hijos se hayan ido lejos? Nuestros muchachos ya pagaron impuestos para conseguir ese dinero en el exterior y, por la maldición de tener seres parasitarios es este país, también, ellos tendrán que pagar impuestos a la desgracia de tener parientes y padres reducidos a sumisión alimentaria, a dependencia económica. ¡Hay que destruir este maligno sistema político de explotadores! Ser gobernado –por otros– no es lo que estúpidamente desee ni lo que yo necesite; pero aquí no importa mi opinión aislada, sino lo que opine y decida la mayoría de todo ciudadano. Sabemos que la apatía es parte de lo que algunos entienden como ese abandono de “la tolerancia” político-religiosa, pero ¿seguiremos abandonados a lo que dispongan otros Hijos de Perra?

 

(Seguiré… este puntilloso asunto cansa)