lunes, 30 de mayo de 2016

¿Quiénes son los míos? (Lucas 14:26)

En base a experiencias personales o prejuicios ¿quién es más propenso (o propensa) a la deslealtad?



En cuanto a estadísticas y probabilidades colegiadas ¿quién teme menos ser infiel?    

                                                            
                       

            Tu lealtad y esos afectos te hacen polarizarte del lado en que hoy estés. Aunque entendamos, racionalmente, que no es del todo bueno ser parciales, conviene saber si nuestras tendencias están del lado de lo justo y correcto, para que nuestros sentimientos no interfieran con nuestras actitudes y decisiones, inclinándonos del lado opuesto de la verdad.

Cada vez que leí: “quien ame a padre o a madre más que a mí, no es digno de mí…” (Mateo 10:37) sentí una irritación personal, más que un simple desagrado interior no confeso. Cada vez que leí ese párrafo completo, no lidiaba con un pasaje oscuro de las enseñanzas de Jesús, sino con mi lobreguez interior. ¿Qué derecho tendría Jesús -o cualquiera- para demandar lealtad absoluta, si no le conozco personalmente? ¿Quién ha de posponer los vínculos consanguíneos o filiales, por una relación intangible, espiritual, y arbitrariamente exigente?

            Hoy, 55 años después, no puedo decir que conozco personalmente al Señor Jesucristo y, tampoco afirmaré que mis afectos o lazos consanguíneos son más fuertes que los sentimientos que me juntaron a extrañas o a amigos. Mis hijos son mis hijos pero, los lazos afectivos no son más poderosos que aquellos que di a personas que amé, que tuve o deseé.

            Es posible, a lo largo de la vida, experimentar la deslealtad, en cualquiera de sus formas. Puede que los parientes te traicionen o, unilateralmente, tú mismo puedes ser desleal con ellos y, si tratas de engañarte idealizando como perfecta cualquier situación, siempre ha habido deslealtad, alguna traición y molestia entre seres que anduvieron juntos, conviviendo bajo un mismo techo o sentir. Puedo admitir infidelidades, momentos de desconfianza repentina, situaciones en las que me pareció sufrir una traición, así como yo mismo fui culpable de participar en tales cosas. ¿Sólo yo he sido infiel y desleal con alguien?

            He sido desleal con parientes, hijos propios y con Dios mismo. Creyendo hacer lo correcto, he estado de lado del mal, de lo incorrecto y de la injusticia. Intentando ser justo e imparcial, traicioné la confianza de Elisha y de aquellos que pensaron estaría a favor de un mal mayor, cuando que yo mismo he hecho tal mal, haciéndome justicia por mí mismo, apropiándome de lo ajeno, para provecho personal, cuando sentí que alguien me explotaba, sin pagarme lo debido.

             Cuando Jesucristo diga: “El que quiera a padre o a madre más que a mí, no es digno de mí; el que ame a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí; “(Mateo 10:37) debo recordar que Él quiere una parcialidad hacia las cosas de Dios, y no una inclinación hacia lo que se estima más en el mundo de los hombres. Puede que uno sepa de algo robado y calle. En cuestiones de secretos de familia, algunos miembros no cristianos pretenden (y demandan) que nos hagamos cómplices de sus faltas y pecados y, cuando ese silencio se rompe –al acusar y dar oportuna denuncia- muchos de ellos te darán la espalda y el mejor de sus golpes… Cuando Cristo diga: “Y el que no tome su cruz para seguirme, no es digno de mí. (Mateo 10:38) ¿Era Jesús arbitrario -y totalmente egoísta- cuando demandaba lealtad parcializada hacia las cosas de Dios?

            Cuando uno se parcializa con los que quiere, oculta cosas que no se deben ocultar. Hay secretos que ya no son secretos cuando alguien te toma por confidente pero, hacerse cómplice y partícipe de los pecados ajenos, es una carga pesada en la conciencia y, para todo, hay un límite de tolerancia y un límite que nos autoimponemos. A veces, cuando voy de compras con mi madre al supermercado, le he dicho que “no la conozco” y, si la pescan guardándose algo robado, voy a negar que ella sea mi mamá. ¡Roba tonterías! Y, auto justificándose, dice que ellos le roban más; aunque aquellos tengan contemplado un margen de pérdidas y robos, dentro de sus ganancias. ¿Cuántas veces hice algo así?

            No recuerdo haber robado en supermercados, excepto una vez. Puede que, más de una vez, hice algo así; pero no voy a negar que haya robado cosas cuando era niño a uno de mis hermanos -a mi madre- o a las amistades de mi mamá. Con el tiempo, al hacerme “cristiano”, he codiciado muchas cosas de corazón y he robado más de un par de veces, creyéndome el argumento ese de “hacerme justicia”, cuando que un verdadero juez no puede delinquir, torciendo la ley, a conveniencia. ¿He avanzado un poco más? ¿He superado mis pecados?

            Compararse con el resto de las personas es una mala práctica: Siempre hará peores y mejores; sin embargo, la auto revisión, el autoanálisis sincero, sí puede ayudarme: ¿Soy tan pecador como cualquiera? ¡Sí! ¿Soy digno de Jesús? ¡No!

Si yo –así de santurrón- soy pecador, cualquier persona puede pecar tanto o más que yo y, en relación a la lealtad de los afectos o simpatías, conviene alinearse con los que no pecan y, en su defecto (porque todos pecaos y fallamos) con quienes pecan menos, para no participar en las consecuencias de tales delitos, otros pecados, y sus problemas. ¿De quién soy y a quién me debo unir?

            Jesús, en una oportunidad, dijo a los que le adversaban:Vosotros sois de vuestro padre el Diablo y los deseos de vuestro padre queréis hacer…” (Juan 8:44) ¡Santo Dios! ¿Cuántas veces no quise hacer lo contrario a la santa voluntad de Dios? Cada vez que me opuse a Dios, quise hacer la voluntad del ENEMIGO de Dios. ¿Te ha pasado lo mismo?

            En más de una ocasión me han incomodado para decir una mentira que no quise decir ni conocer. Hubo momentos en que alguien me influyó para engañar, negando la presencia de una persona en la oficina o cuando atendí una llamada telefónica, por parte de quien no quería hacerse responsable de sus asuntos de negocios o personales. Hay una gran diferencia cuando mentimos por cuenta propia y cuando mentimos por causa de otros. Aunque ambas cosas son mentiras, el peso ajeno me es insostenible, incómodo en grado sumo. ¿Has mentido por salvar tu pellejo o el ajeno?

            Mentir por el pellejo propio parece “lógico”, pero es tan falso e incierto como toda mentira. Una culpa compartida es más pesada que la que llevemos a cuestas y, esa case de cruz, yo no la quiero. Recibimos una llamada telefónica cuando nos conviene e interesa, pero, cuando interesa a otros el hablarnos ¿Les rechazamos y nos escondemos?

            En familia hemos mentido por salvar el pellejo que quienes favorecemos o estimamos. La madre de Jacob fue desleal a Esaú (Gén. 27:5, 10) y no sólo se hizo cómplice intelectual en una mentira contra Isaac, su viejo marido, sino que -en los hechos de su plan y parcialidad- también hizo “debido”, siendo un impropio y tonto favoritismo; pero nadie engaña a Dios. ¿Isaac, por su parte, no quería más a Esaú? Quien me diga que no tiene esa clase de preferencias por alguno de sus hijos, quizá, mienta; aunque siempre habrá gente honesta y equilibrada en sus afectos.

            La enemistad de Esaú contra su hermano Jacob, duró muchos años. El malestar completo de Isaac lo ignoramos, aunque ello no signifique que lo desconocemos: Quiso hasta matarlo (Gén. 27:42). ¿Valió la pena tal “concierto para delinquir”?

            Jacob tuvo que alejarse y vivir -como un extraño- 14 años lejos de los suyos y, por fortuna, ese “suplantador” obtuvo con trabajo la mujer que deseaba; aunque luego esas hermanas –amargamente- se disputaban el cariño de un mismo hombre, teniendo hijos. ¿La pertenencia consanguínea, la familiaridad del parentesco, no acarrea problemas ocultos?

            El relato bíblico de Génesis muestra a Jacob y Esaú como adversarios, aún antes de nacer… La vida, con los periplos del tiempo, ha mostrado que elegir amar a una persona traicionera no fue una opción de iniciativa propia para nadie y -en su momento- dejarnos o defendernos, fue la acción (y decisión) precedente antes de perdonar u olvidar lo desagradable que cada quien pasase. Jesús, de Su parte, sabe a quiénes ha de elegir y escoger, desde los días de Su ministerio terrenal y, probablemente, en Su nuevo reino. Él no se apegará a quien no esté acoplado a Su liderazgo, ni a quien desconozca la voluntad de Su Padre Celestial. Él no presume ser más “digno” que otros pues, también dijo: “…Aprended de mí, que soy manso y humilde…(Mateo 11:29) y, en ese sentido, declaraba las condiciones de quienes habían de seguirle, no sólo esos días, sino a futuro. ¿Soy digno del Señor Jesús? Indigno soy del Hijo de Dios.

Jesús sabe bien quiénes son los Suyos (Juan 6:67-68). Él puede saber cuántas veces le he dejado, y cuántas veces le dejaría para complacer mis vísceras o humanos deseos pero, ¿Quiénes son los míos? ¿Con quiénes debo seguir?

            No debo mi lealtad a mi familia consanguínea y, en su defectiva ausencia, tal como dijo Jesús cuando los Suyos lo buscaban, puedo asirme –con cierta familiaridad- a todos los que hagan la voluntad del Padre (Mateo 12:48-50). He comprobado, más de una vez, que somos deslealmente infieles, como lo hemos sido delante de Dios. Si mi primer amor fue alguna vez para mis hijos, mis padres, o amantes, el tiempo ha hecho mellas en aquello a lo que di más valor afectivo del debido (lo material, duele menos).

            Obviamente, nadie quien me demande -aparte de Dios- lealtad exclusiva merece que se la dé (Jeremías 17:5). ¿Cómo demandar algo que yo mismo no estoy dispuesto a dar a cabalidad, sabiendo los desleales e inconsecuentes que somos todos?

            Jesucristo, el unigénito de Dios, se dio a sí mismo para cumplir el plan del Todopoderoso y, no se ofreció simplemente en la tierra; tal compromiso lo asumió desde el cielo: “…Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad...” (Juan 18:37)

            ¿Cómo ser parte de quiénes no sabemos ser justamente imparciales, cómo tener esa confianza leal, sin confusión afectiva, familiar, social y emocional?

            Cualquiera que yo quisiese más que a Dios, o a Su hijo Jesús, me fallará (o yo les fallaré). Si sus creencias o prácticas no son similares a las mías, es muy seguro que habrá fricciones, deslealtades, porque cada uno de nosotros sigue su camino, su lealtad propia, sus creencias e intereses Si todos seguimos a Jesús, por igual, esas diferencia de pareceres se minimiza y he allí la razón por la que Dios insiste en que no nos vinculemos a inconversos, a incrédulos o impenitentes paganos.

El que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37) pero ¿No son ellos muy distintos a Jesús y a lo que Dios espera de nosotros? Y, sabiendo que es así, debeos ser imparciales con nuestros vínculos, asiéndonos a nexos firmes con Dios y Su Cristo, pues, Él mismo decidió quedarse con los que hacían la voluntad de Dios, y no con su parentela.

Mi madre, hermanas y mis hermanos han de ser aquellos que lo siguen a Él (Marcos 3:33-35), cargado sus cruces y, en ese sentido, yo sentí la misma molestia cuando Jesús exigía que cargara mi cruz (negándome a mí mismo). ¡Dios! Perdóname por tantas rebeliones. Crecí creyendo que vine al mundo para “ser feliz”, para agradarme y satisfacerme en todo sentido y, bastante tarde, acepto que vinimos para hacer la voluntad de Dios ¡No la nuestra!

Negarme a mí mismo, auto aborrecerme, son premisas que puedo repetirme mentalmente, hasta llegar al día en que las asimile y practique diariamente, de un todo. ¿No prefirió Jesús la compañía de quienes deseaban seguirlo y servir a Dios, en lugar de marcharse con Su madre, hermanos y parientes?

La tendencia a darse gustos es lo que socialmente es más aceptado. Nos resulta más común cualquier cosa que contravenga el plan de Dios y, si cada uno de nosotros ocupase el mismo lugar de Adán y Eva, Satán vendría diciendo: “¡Date tus gustos!.. ¡No morirás!” y, ciertamente, eso es lo que –en efecto- a cada uno de nosotros hoy dice, contradiciendo al Dios Altísimo.

Negarse a sí mismo es estar dispuestos a oír insultos, recibir etiquetas… cada vez que nos autocensuremos, para no dejarnos inducir al pecado que practicábamos sin discernir el mal.  Cristo vino delimitando Su territorio, ayudando a que Su gente reconociese Su dignidad; porque Él mismo se alineó a hacer la voluntad de Dios, y no la de los hombres.

Toda mi vida detesté el cigarrillo. ¿Por qué he de estar en un ambiente de fumadores? ¿Para recibir aceptación, o algún favor sexual o económico de ellos? En ese sentido, sólo soporté a mi viejo, pero –generalmente- huí de toda mujer que fumase. ¿Le aguanté por nexos de familia? ¿Fui desleal a mi salud física o espiritual?

Quienquiera que arbitrariamente decida hacer de su vida lo que le plazca, se auto expone a peores cosas que perder la salud.  Quienquiera que halle su vida en vicios, en una abierta pecaminosidad o amargura, decide el camino que ha de seguir y, al parecer, el ejemplo de la vida de Jesús nos muestra qué es lo que desea Dios de nosotros: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.” (Mateo 17:5) ¿Estoy dispuesto a oírle, a escucharle y a aprender de Él? (Mateo 11:29)

“El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mi causa, la hallará.” (Mat 10:39)

Sea lo que sea mi vida hoy, si insisto en seguirla sin obedecer a Dios y sin seguir a Jesucristo, me llevará a la muerte irreversible. Parece estúpido o mojigato decirlo y escribirlo, pero es así: Debo cambiar todo de mí, para seguir el ejemplo humilde de Jesucristo.

Cuando maldigo lo que Dios bendijo… ¿No hago lo mismo que hace Satanás? Él jamás se ha negado a sí mismo y, por el contrario, desea hacerse “dios” por cualquier persona y medio, tal como requirió a Jesucristo -para que lo reverenciara- ofreciéndole la falsa promesa de reinos, y el placer de las riquezas (Mateo 4:9).

Cuando uno se niega a sí mismo, aprendiendo a aborrecer su vida en este mundo –amando a Dios por sobre todas estas cosas- uno llega a entender al Señor Jesucristo. No se trata de odiar a la gente ni a lo bueno del universo, sino detestar lo malo que ellos ofrecen: Vivir sin el reino de Dios, estar lejos de Su presencia. ¿Es buena la deslealtad cuando tus afectos cedían en lo que otras y otros no accedían? ¿Es bueno perder la dicha, cuando más buscabas retener el gozo de lo que nunca encontraste?

Anteponer la voluntad de Dios, más allá de la nuestra, es un ejercicio de fe que resulta ilógico a la mente humana y, curiosamente, reta a Dios para obrar milagros: Cuando Jesús decía a Sus apóstoles “…alimenten a la multitud…” (teniendo aquellos unos pocos panes) en realidad les inducía a que pensasen filantrópicamente en las necesidades de otros, antes que pensasen egocéntricamente en ellos.

Percibí a Jesús de forma egocéntrica, egolátricamente y, en realidad, mi desagradable molestia era que Él demandaba algo que yo no estaba dispuesto a ceder a nadie. Equívocamente percibí Su actitud como individualista, como quien quita a otros sus derechos o privilegios; pero era yo quien no quería entender el engreimiento del celo de mi endiosado y mezquino individualismo.

Ayunar y orar varias horas es ejercitarse en eso de negarse a sí mismo. Dar comida o dinero a quien pida (y lo necesite) es hacer la voluntad de Dios, y no la nuestra. Perdonar es crecer en aquello del auto negarse. Amar a los enemigos es hacer la voluntad de Dios,  a través de las enseñanzas de Su hijo Jesucristo. Negarse a sí mismo es derribar los altares del ego. Es sentar al Hijo de Dios en el trono de nuestros deseos, cediendo a lo que habitualmente querríamos. Trabajar con dignidad es no robar a nadie, beneficiando a otros. Ceder mi comodidad es colaborar con otros, cargando el peso de la cruz que mis hermanas y hermanos llevan a cuestas.  Pagar el precio de algún honorario es negarse a la conveniencia de buscar –egocéntricamente- la clase de favores que normalmente desearía sin costos.

Juan Bautista no vivió con mis presentes comodidades y, todavía así, mi carnal tendencia es anhelar vivir mejor que él. Jesús no andaba con dinero en Su bolsas y, de ser así, no habría enviado a Pedro a pescar el pez que les dio el estatero con el que pagaron el impuesto del templo. Quizá -no lo sé- también deba separarme del sistema económico en que he nacido, para volverme al sistema agrario de auto subsistencia. La pobreza no sólo viene por desidia o la disfuncionalidad administrativa o intrafamiliar, sino por la mala administración de habilidades y recursos, debido al mal manejo que hemos tenido entre los hombres, tanto empleadores, como a esos a quienes servimos.

Jesús tuvo otros hermanos y una extensa familia (Juan 7:5). Por algún tiempo, le tuvieron por loco (Marcos 3:21, 31-35) y, en ocasiones, intentaron burlarse de Él más de un par de veces. Si esto me pasase a mí ¿He de verlos como míos o ajenos?

Tú y yo sólo somos dignos cuando lo que hacemos se alinea al deseo de Dios, no al gusto personal nuestro, ni a lo que nos pida el resto del mundo no redimido. En nosotros está el decidir auto anularnos (por obedecer a Dios) y en nosotros está el poder de permitir que otros –arbitrariamente- se impongan sobre nuestras voluntades.  El auto control no aniquila el yo, sólo lo dosifica, lo domestica; hasta que Dios opere en nosotros Su obra perfecta: Poner el carácter del Señor Jesucristo en nuestras vidas.

Pedro, siendo uno de aquellos que se negó a sí mismo y siguió al Maestro, fue sincero al preguntar: “¿Qué recibiremos?” (Mateo 19:27) La respuesta de Jesús fue oportuna y simple: “…heredará la vida eterna” (Mateo 19:28-29) ¡Esto -acá- no es la vida! No es ciertamente lo que yo quise o quiero.

¿Quién es mi madre, mi hermana y hermano? Aquel quien esté dispuesto a vivir y aprender todo en ese proceso redentivo. Yo no quiero un lugar al lado de Jesús, yo no quiero un espacio en Su gobierno: Quiero vivir la vida, como nunca la pude vivir.

A.T.   16/5/2016